Orar

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Taller de oración para jóvenes

Torrelodones (Madrid) 2017 – 2018

 

¿Qué es Orar?

Pasquale Foresi

Nuova Umanità XXII (2000/5) 131, pp. 631-636

Orar no consiste, propiamente, en el hecho de dedicar algún tiempo, durante el día, a la meditación o a leer algún pasaje de la Sagrada Escritura o de textos de los santos, o de tratar de pensar en Dios o en uno mismo para una reforma interior. Esto no es hacer oración en su esencia.

Tampoco recitar el rosario o las oraciones de la mañana o de la tarde. Una persona puede hacer estas cosas durante todo el día y no haber hecho oración ni un minuto.

La oración verdadera exige sobretodo una relación con Jesús: ir con el espíritu más allá de nuestra condición humana, de nuestras ocupaciones, de nuestras oraciones, aunque bellas y necesarias, y establecer esta relación íntima, personal con Él.

Es indispensable que hagamos el extraordinario descubrimiento de que Jesús nos ama y nos llama. ¿Qué es en el fondo la “vocación”? Ha sido descrita claramente en la forma más bella en el encuentro de Jesús con el joven rico. Dice el Evangelio de Marcos: «Jesús, fijando en él su mirada, lo amó y le dijo: anda, cuanto tienes véndelo… ven y sígueme». Jesús tiene esta mirada para cada uno de nosotros y nos ama, y nosotros sentimos ese amor suyo y podemos decidirnos a seguirlo. La vida de oración, en su esencia, consiste en mantener esta relación filial y fraterna con Jesús todo el día, todos los días. La oración es relacionarse con Él y escuchar silenciosamente lo que nos dice.

 

La forma sustancial

Esta relación entre nosotros y Jesús se instaura si conseguimos hacer “la elección de Dios”, que consiste en ponerlo a Él en el primer lugar de toda nuestra existencia, en todas nuestras acciones. Entonces las oraciones pueden convertirse en “oración”, la forma sustancial de oración, ya que en ella se expresa profundamente el ser humano en su relación con Jesús.

Los modos pueden ser muchos. Un tipo de “oración mental” es la meditación, que se hace siguiendo diversos métodos. Uno de los más sencillos es la lectura lenta y meditativa de la Sagrada Escritura o de escritos de santos. Pero más allá del método con el que se hace, la meditación debe ser una ocasión para encontrar un momento de quietud, de tranquilidad con Jesús. Puede suceder que durante este momento nos vengan a la mente preocupaciones. Entonces hablamos con Jesús diciéndole: “Ocúpate Tú, yo no puedo hacer nada, sólo puedo hablar contigo de ello”. Y ésta podríamos llamarla “oración de petición”.

Pero en su sustancia, incluso cuando es “de petición”, la oración es siempre de abandono: también cuando pedimos algo, nos abandonamos a lo que Jesús quiere; si hay experiencias dolorosas, en nuestra vida o en la de las personas queridas, hablamos con Él con toda tranquilidad, porque sabemos que nos ama y ama a todas las personas mucho más que nosotros.

Ciertamente la oración más bella es la de quien sabe que Jesús conoce nuestros problemas, nuestras dificultades, las cosas de las que tenemos necesidad (dice el Evangelio: «vuestro Padre sabe lo que necesitáis», y se abandona precisamente hablando con Jesús en un estado de donación, de total entrega, de alegría por el encuentro que se puede tener con Él. Es un decir a Jesús, (y en Él a la Santísima Trinidad): “Tú sabes todas las dificultades que tengo, conoces mis miserias, mi poca fe, mis faltas, los dolores y dificultades que encuentro en la vida; ahora quiero estar contigo y contemplarte”.

 

El retorno a casa

Es el momento en el cual se sale de toda la realidad contingente que nos fatiga y nos hace sufrir, para entrar en contacto con Él, para encontrarlo a Él, para vivir en nuestra casa. La casa de cada uno de nosotros, de hecho, es la Trinidad, el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo, y en ellos María y todos los santos. Y nosotros que vivimos sumergidos en un mundo que nos parece real, pero que es aparente, finalmente volvemos a casa, a nuestro verdadero mundo, el mundo de la Trinidad. La oración es el momento más bello de nuestra vida terrena porque vivimos junto al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo, con María, de modo consciente.

Esta contemplación no quiere decir evasión de la vida concreta, sino que es la verdadera vida, por la cual podemos afrontar cristianamente la realidad concreta de todos los días, con sus pormenores, sus tribulaciones, el cansancio físico o nervioso, con todos los problemas que puedo y sé afrontar justo porque finalmente he vivido durante un poco de tiempo, durante media hora, en la meditación, mi verdadera vida: este diálogo con Jesús.

 

 

El silencio interior

En este encuentro Él me habla; y a menudo es difícil saberlo escuchar porque estamos trastornados por el ruido de las cosas de cada día que buscan meterse incluso en este tiempo dedicado a la contemplación. Pero tenemos que acostumbrarnos a escucharlo, porque Él nos habla siempre. No se trata de realizar un silencio exterior, sino de lograr silencio interior, es decir, el dominio (relativo siempre a nuestra condición humana) de todas nuestras pasiones (en el sentido no sólo negativo del término), de todas nuestras agitaciones, de todas las presiones psicológicas internas: es un ir más allá de todo esto para escuchar a Jesús que nos habla.

Su voz es sutilísima. Es necesario verdaderamente un silencio interior para acogerla (y la meditación nos ofrece la ocasión para un silencio exterior, que es símbolo del interior necesario para escuchar a Jesús). Él nos dice siempre cosas fundamentales. Nos dice, cuando estamos turbados o preocupados por los problemas de la vida: “No temáis, soy Yo[4]. Nos dice: “No temáis, Yo he vencido al mundo». Nos dice: “Yo estoy con vosotros

Jesús se presenta a sí mismo como modelo, su vida como modelo para la nuestra. Una vida hecha también de éxitos humanos, de milagros, pero concluida con un aparente fracaso total, en la cruz. Los romanos no sabían ni siquiera quién era; de entre sus correligionarios los israelitas, algunos pensaban que era Elías, u otro profeta…

Y cuando nosotros le decimos: “Jesús, me ha ido mal esta cosa, me va mal esta otra”, Él nos responde: “Yo he gritado ‘¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?[7]Esta es la meta que te presento. De lo demás me ocuparé Yo; no es importante el éxito o el fracaso, lo importante para ti es mantenerte en esta relación conmigo”.

Estos son sólo algunos ejemplos de lo que el Señor nos dice para llevarnos más allá de la cotidianeidad de nuestra existencia, para hacernos vivir en el mundo eterno. Y alguna vez hace también milagros en este coloquio que podemos tener con Él. A este respecto, ¿quién no recuerda el episodio de la mujer que perdía sangre y estaba en medio de una muchedumbre que no le permitía llegar hasta Jesús para que la curara? Esta mujer pensaba: “Si pudiese al menos tocar el borde de su vestido, me curaría”. Se adelanta y consigue tocarlo con fe, con amor, y queda curada. Y Jesús siente que ha salido de Él una fuerza y le dice a los apóstoles: “¿Quién me ha tocado?”. Los apóstoles le responden: “Señor, ves cómo la gente te apretuja y dices: ‘¿quién me ha tocado?’[8]. Muchos le habían “rezado”, pero una sola encontró el modo de hablarle, había encontrado la “oración”, y Jesús había sentido que una fuerza había salido de Él por aquella oración humilde, silenciosa, llena de fe y de abandono.

 

La oración que nos transforma

Si oramos con esta fe, los demás nos encontrarán serenos, porque tenemos una paz que va más allá de los sufrimientos, aunque suframos como todas las personas de este mundo. Y sienten la alegría de estar con nosotros, aquella alegría que Jesús dice que el mundo no sabe dar, porque llevamos en nuestro corazón un pedacito de aquel Cielo en el que hemos vivido durante el tiempo de oración.

Todo el mundo tiene sed de Dios, y si nosotros no conseguimos calmarla es porque le damos sólo nuestras palabras, que “hablan” de Dios. En cambio el mundo tiene necesidad de Dios, incluso sin nuestras palabras y sin que se hable de Él. Esto lo conseguimos si en la escucha de su llamada permanecemos en un continuo coloquio con Él.

A veces hoy se minusvalora la ‘oración vocal’, porque se piensa que la ‘mental’ es más importante. Sin embargo, lo que importa es la relación con Dios, que puedo encontrar tanto en la oración mental como en la vocal, en las jaculatorias, en el rosario, en todas las formas de piedad más populares y sencillas, demasiado sencillas para nuestra soberbia, pero que en realidad son todas ocasiones para entrar en contacto con Dios. Una relación que, naturalmente, no nace en la oración si no nace en la vida. Es decir, no se puede “orar” si no se tiene una vida completamente asentada en Dios.

 

La realidad más bella

Si tenemos esta relación auténtica con Jesús, la oración se convierte en la cosa más bonita y viva de la jornada. Se convierte para nosotros en una fuente de agua viva, como dice Jesús: «el que crea en mí … de su seno correrán ríos de agua viva

Nuestra actitud debe ser de paz radical y total: tenemos que lograr esa plenitud humana que sólo Dios nos puede dar, y que irradia la paz y la serenidad a nuestro alrededor. Por esto –repito- la oración es el momento más bello del día; porque es el único momento en el que volvemos a casa: salimos lentamente del mundo que nos circunda aun permaneciendo dentro del mundo; es el momento en el cual hablamos con Jesús, tenemos esta relación con Él. Un hablar que no está hecho de palabras, como Él dice: «cuando oréis, no empleéis muchas palabras»

Es una relación de amor profundo, de petición profunda, de abandono profundo al Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo, con la ayuda de María que –como en las bodas de Caná– habla por nosotros cuando nosotros no sabemos hacerlo. Esta es nuestra verdadera vida. Nosotros hemos sido llamados a vivir en el seno del Padre. Nuestra verdadera vocación es seguir a Jesús y vivir en esta familia divina. La oración no es otra cosa que el hablar en casa, en nuestra verdadera casa.

Esta quiere y debe ser nuestra oración. Y lo será con seguridad si nuestra vida la vivimos totalmente para Dios.

 

 

Puntos clave:

Corazón orante = capaz de detenerse,

contemplar,

poner luz sobre la realidad,

frenar ritmo frenénico de la vida para llenarla del ritmo de Dios.

escuchar nuestra voz más profunda

familiaridad (sentirse a gusto) consigo mismo

percibir a Dios en mí

La oración que nos lleve al amor =  experimentarlo

darlo

recibirlo

Aprender a vivir con actitud receptiva.

 

 

 

Pedir la Sabiduría (Himno de Salomón)

(Sb 9,1-6.9-11)

 

1Dios de los padres y Señor de misericordia,
que con tu palabra hiciste todas las cosas,
2y en tu sabiduría formaste al hombre,
para que dominase sobre tus criaturas,
3y para regir el mundo con santidad y justicia,
y para administrar justicia con rectitud de corazón.

4Dame la sabiduría asistente de tu trono
y no me excluyas del número de tus siervos,
5porque siervo tuyo soy, hijo de tu sierva,
hombre débil y de pocos años,
demasiado pequeño para conocer el juicio y las leyes.

6Pues, aunque uno sea perfecto
entre los hijos de los hombres,
sin la sabiduría, que procede de ti,
será estimado en nada.

9Contigo está la sabiduría, conocedora de tus obras,
que te asistió cuando hacías el mundo,
y que sabe lo que es grato a tus ojos
y lo que es recto según tus preceptos.

10Mándala desde tus santos cielos,
y de tu trono de gloria envíala,
para que me asista en mis trabajos
y venga yo a saber lo que te es grato.

11Porque ella conoce y entiende todas las cosas,
y me guiará prudentemente en mis obras,
y me guardará en su esplendor.

 

Oración esencial: “Gracias, Padre”

Anclarnos en esas palabras de Jesús.

Ir en profundidad y dejar fluir.

Las distracciones, en la superficie. La mirada, a lo hondo.

Lo importante no es la atención, sino la intención

 

 

II Sesión 23/10/17

 

Descubrir lo de dentro…

Evaluar la experiencia de la oración del río: ¿Cómo fue la de hace 2 semanas? ¿La han repetido? ¿Qué pueden comentar? ¿Novedad?

Necesidad de ir a lo profundo. Pudiéramos hablar sobre distintos tipos y métodos de oración, consejos prácticos, etc. Pero si no partimos de lo que es la oración en su profundidad, nos quedaremos en el gran problema del cristianismo superficial. ¿Qué es eso? Es creer de oídas, por costumbre, razonamientos, no por un encuentro. Palabras de Benedicto XVI:

No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva

La fe del que cree de oídas se tambalea ante la imperfección de los que le hayan transmitido el mensaje.

Las costumbres pueden olvidarse o ser sustituidas por otras más “modernas”.

Los razonamientos encuentran antítesis que dan pie a nuevos razonamientos y éstos a nuevas refutaciones…

En cambio… un encuentro personal es indiscutible, desafiante, transformador. Puede variar todo lo que le envuelve, pero su núcleo es firme, permanente. Aunque a principio cueste explicarlo con palabras precisas, sabemos que ha sido Real, más que cualquier otra cosa.

Por eso mismo se trata de un acontecimiento. Este se refiere a algo que pasa dentro de nosotros, algo que toca nuestro núcleo más profundo, el centro de nuestra persona.

Necesidad de descubrir nuestro centro personal para entrar en auténtica relación con Dios. Es lo que la Biblia llama el corazón.

 

La oración se trata de un conocimiento.

Un conocimiento doble: dejarnos conocer por Dios y conocerle a Él por lo que hace en nosotros. Toda la relación con Dios que Jesús vino a ofrecernos se mueve en esta dinámica de conocimiento divino y humano. Hymnus iubilationis:

«En aquel tiempo, tomando Jesús la palabra, dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.»
Mt 11, 25-27

 

«Así habló Jesús, y alzando los ojos al cielo, dijo: «Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti. Y que según el poder que le has dado sobre toda carne, dé también vida eterna a todos los que tú le has dado. Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo.»
Jn 17, 1-3

 

Por eso en este taller vamos a acercarnos a la oración como conocimiento. Tenemos que aceptar, ante todo, que es más lo que no conocemos sobre la oración que lo que sí conocemos de ella.

Nos acercamos a conocer a los 3 grandes desconocidos de la vida espiritual hoy en día:

el centro de nuestra persona, el Espíritu Santo y la Biblia.

Lo haremos a través de la Lectio Divina, el método más antiguo y más actual de oración cristiana.

 

Pasaje de los discípulos de Emaús (Lc 24, 13-35):

13 Aquel mismo día, dos de ellos iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos sesenta estadios; 14 iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. 15 Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. 16 Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. 17 El les dijo: «¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?». Ellos se detuvieron con aire entristecido. 18 Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí estos días?». 19 Él les dijo: «¿Qué?». Ellos le contestaron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; 20 cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. 21 Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. 22 Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana al sepulcro, 23 y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. 24 Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron». 25 Entonces él les dijo: «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! 26 ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?». 27 Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras. 28 Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; 29 pero ellos lo apremiaron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída». Y entró para quedarse con ellos. 30 Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. 31 A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista. 32 Y se dijeron el uno al otro: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?». 33 Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, 34 que estaban diciendo: «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón». 35 Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

 

Los pasos de nuestro ascenso hacia Dios

 

 

Paso

 

 

Claves

 

 

Lectura: ¿Qué dice?

·         Estar a la escucha: atención con las frases que nos inquietan.

·         Presenciar la escena como un testigo silencioso de ese momento.

·         Repetir de memoria lo que describe el texto

 

 

 

 

Meditación: ¿Qué me dice?

·         “La Palabra de Dios es cortante como espada de doble filo” (Heb 4, 12).

·         ¿En qué se asemeja el texto con mi/nuestra situación actual? ¿Qué cosas me dispone a cambiar? ¿Qué claves me da para entender mi propia situación? ¿En qué se parece a mi vida?

·         Formular y recordar una frase resumen del texto.

 

 

 

 

Oración: ¿Qué le digo?

·         Hablamos con Dios respondiendo a lo que Él nos ha dicho en la lectura y la meditación.

·         Hay tantas maneras de orar como orantes: agradece, pide, intercede, alaba, arrepiéntete, canta…

·         Es el tiempo para presentar a Dios tu vida y la de los tuyos como ofrenda, con sus necesidades y esperanzas.

 

 

 

Contemplación

·         No nos hacemos más preguntas.

·         Descansamos en Dios, a quien “vemos” desde la mirada interior.

·         Dejamos que Dios nos trabaje, nos “afine”, nos perfeccione.

 

 

 

 

Acción: ¿Qué hago?

·         ¿Qué es una vida que se estanca y no avanza?

·         Recordamos la frase resumen como propósito de vida.

·         Retomamos nuestra vida cotidiana movidos por la sabiduría recibida en la Lectio Divina.

·         Corregimos actitudes, actuamos desde la “mente de Cristo” (2Co 2, 16)

 

 

 

 

Compartir: ¿Qué ofrezco?

·         Tenemos tanto para compartir.

·         Anuncia a los demás a través del diálogo cercano.

·         Muestra experiencias concretas, no teorías ni buenas intenciones.

·         Utiliza todos los medios a tu alcance: diálogos, intervenciones en grupo, redes sociales, medios de comunicación, etc.

 

 

 

 

 

 

 

 

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