Meditación para este Domingo de Ramos (Dominica in palmis)
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Antífona Pueri Habraeorum, de Tomás Luis de Vitoria
Entra Jesús a Jerusalén y este es el paso de Dios por la vida de los hombres.
No es un peregrino más que repite una costumbre. No lo hizo así la primera vez, cuando fue rescatado en su templo a precio de dos pichones. Tampoco a los doce años, cuando mostró que un niño transparenta más a Dios que los argumentos de los doctores. Hecho un hombre sacó allí el látigo para volcar las mesas de los que adulteran lo santo. Sobre la tierra en que era acusada a la pecadora, mostró la misericordia de Dios que pone a cada uno en su lugar. Junto a sus acequias se ha ofrecido como el agua que sacia a quien anhela, la luz que ilumina a los ciegos. Y ahora, al avistar de lejos de lejos la ciudad, no llora con la emoción del que espera sacar algo al llegar a esa, sino con el desgarro de quien viene a darlo todo:
“¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! Cuántas veces he querido reunir a tus hijos como la gallina junta a sus polluelos bajo sus alas, mas tú no quisiste” (Mateo 23, 37).
Pero ha llegado la hora en que sí los reunirá a todos: justos y pecadores, fieles e incrédulos, lo más sublime y lo más abyecto. Desde los pies que lava como siervo hasta el beso del traidor. Desde el perdón al amigo que le niega hasta los escarnios en la calle, su sudor de sangre y la mujer que enjuga su rostro. Desde su rendición en confianza al Padre hasta sentir su abandono. Todo. Todo reunido bajo sus brazos extendidos entre el cielo y la tierra. Todo a la medida de su desmedido amor.
Entra a la ciudad conquistada por David, de quien proclaman entre palmas que es su hijo. Pero él vas mucho más allá, porque sabe quién es su verdadero Padre y lo que cuesta conquistar algo para su reino. Prosigue al paso de un animal poco noble. Porque desde el establo de Belén hasta el Pretorio, Cristo emplea siempre el mismo modo de llegar al hombre: tomando el último lugar. Este es el modo Dios y este es el hombre. Aclamado por un momento y rechazado poco después. Recibido entre vítores y despreciado por los necios. No detiene el paso porque es el paso de Dios que ama sin miramientos.
Es este paso, Señor mío, el que nos congrega también hoy. Expectantes y abrumados, entre el fervor y el dolor. Colgamos una rama de olivo en nuestras puertas para abrirlas a ti, que nos abres el cielo en tu costado traspasado. Y adoramos el paso donde queda todo consumado. Allí quedan unidas son nuestra pequeñez y tu grandeza. Saciada nuestra hambre con el pan que partes y compartes. Rescatados de la muerte a precio de la tuya.
Sepultada nuestra miseria en el sepulcro que dejarás abierto.
Concédenos rendirnos a este paso que sale al paso del nuestro. Que no quedemos lejos de lo eterno por pasar indiferentes ante tu presencia. Rescátanos desde el templo de tu cuerpo que levanta los nuestros. Danos la límpida visión de los niños que honras como a maestros. Que no seamos de los que ignoran tu paso y no disponen el suyo para amar contigo hasta el extremo. Entra también hoy a nuestras ciudades. Entra pobre para acercarte a los pobres y enfermos. Recuérdanos que así entra Dios a la vida de los hombres. Recuérdanos que así quieres que hoy te encontremos y te amemos.