Importa, vaya que importa
Te dicen que poco importa, que es normal porque todo el mundo lo hace.
No todo el mundo, créeme. Y aunque así fuera, ha bastado un solo hombre distinto al mundo para cambiar por entero el mundo.
Es él quien hoy te mira a los ojos y descubre en ti esa sombra que oscurece tu ser:
“Yo os digo: todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón” (Mt 5, 28).
Porque detrás de ese deseo se encuentra una llamada mayor. Esa más alta, sublime y fuerte que nos da la respuesta que toda persona anhela: el amor. Si no descubres ese misterio detrás del deseo de lo que aparece ante tus ojos, yerras y ahogas tu verdadero ser.
Porque eres y estás sobre esta tierra para el amor. El amor que fuerte es como la muerte y te da la vida porque ha vencido la muerte con el derroche de la Vida. Por eso, no enturbies tu mirada. Llénate de vida:
“La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, tu cuerpo entero tendrá luz. Pero si tu ojo está enfermo, tu cuerpo entero estará a oscuras. Si, pues, la luz que hay en ti está oscura, ¡cuánta será la oscuridad!” (Mt 6, 22-23).
Vaya que importa mucho lo que para muchos poco importa. Porque son esos los que poco importan, cegados por la pasión sin amor.
¿Has intentado mirar distinto a ellos?
Mira primero dentro de ti, donde la verdad late como golpeteo de buena nueva a tu puerta. Atiéndela, mantente en diálogo con ella. Entonces la mirada de tus ojos irá más allá de lo que seduce con formas y artificios pasajeros. Momento a momento percibirás esa misma verdad en lo que cada persona oculta, no para devoralo con ojos rapaces, sino para ser rescatado por quien ha aprendido a ser fiel a lo auténtico.
De esto se trata amar. No de coartar tu atracción por lo bello, sino que tu corazón se ensanche en fortaleza y reverencia ante la belleza verdadera, esa que salva al mundo.
Todo comienza allí, en esa libertad y grandeza sobre ti mismo. En ser capaz de percibir en tu interior esa respuesta que anhelas y compartirla sin mezquindad con cada persona en quien también percibes su reflejo.
Entonces, llegará el momento en que tu corazón saltará por la que Dios ha pensado para ti: una mujer o una vida totalmente entregada a Él. Lo sabrás porque empezarás a mirar distinto. Más aún, empezarás a ser distinto. Sabrás que es tu llamada porque ella sacará lo mejor de ti, como nada más hasta entonces. Podrás mostrarte como quien eres, libre y fuerte en tu verdad.
Con esa fuerza, lucharás por conquistar tu meta, sin pensar en lo duro del esfuerzo ni en lo pequeño que puedas sentirte. Pero si ya has encontrado tu llamada y has respondido, has de continuar reavivando la gracia que te hizo seguirla en un momento, con la serena alegría de haber fijado tus ojos en lo que sí te pertenece. Vuelve una y otra vez a ese amor primero que puede hacerte un hombre nuevo cuanto más le seas leal. Pero si has llegado a fallarle, no tardes en volverte a levantar, pues ante Dios siempre podrás reparar y cubrir todo con un renovado amor. Así te mantendrás en el gozo de haber sabido guardar tu mirada, tu corazón y toda tu vida para poder ofrecerla. Y alcanzarás esa plenitud que es la meta de tu anhelo, ese al que habrás sido fiel.