Meditación del domingo: el hijo amado
Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrieron los cielos y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él.
Y vino una voz de los cielos que decía:
«Este es mi Hijo amado, en quien me complazco».
(Mateo 4, 16-17)
Hay quien se dice creyente porque no niega que Dios exista, pero la fe auténtica va mucho más allá de esta afirmación connatural al ser humano. Lo que deshumaniza es justamente lo contrario: negar a Dios o vivir con indiferencia ante Él.
Además, en sentido estricto, Dios no “existe”. Él Es. Es por sí mismo y es quien da el ser a cuando ex-iste. Es el Padre que pronuncia sobre Cristo las palabras que todo ser humano necesita escuchar: Tú eres mi hijo amado. En ti me complazco. Porque Dios nos invita a una relación íntima que nos haga adentrarnos en su eterna comunión . He aquí el punto decisivo.
Sirve de poco repetir lo que oímos decir a otros sobre Dios, si no experimentamos su ser en nosotros mismos. La fe es relación, diálogo, seguimiento personal, no la repetición de una opinión común. ¿Has experimentado la paternidad de Dios? ¿Crees en Él sólo porque te lo han dicho o porque lo has experimentado y lo asumes como tu Padre, Amigo y Salvador? ¿Has vivido ese encuentro que cambia la existencia?
Entra en ti mismo y en el silencio déjate sorprender por su presencia que habita en cada uno de sus hijos. El está esperando para perdonarte, rehacerte y llenar tu vida de sentido. Desde esa experiencia de su Espíritu en ti, busca corresponder a su gracia. Sal de tus viejos miedos y egoísmos, y ponte manos a la obra. Sigue amando a Dios en cada prójimo que se te presenta. Entrégate al servicio, escucha, perdona, anuncia, reconcíliate también con ellos. Es la espiral del amor que Él como padre ha puesto en movimiento y quien le ama tan sólo busca seguir hasta el infinito.
Hoy repite confiado:
¡Oh, Dios, sé tu mi Padre!
Hazme experimentar tu amor íntimo y transformador.
Que yo no tema vivir como hijo tuyo.