La Palabra del domingo: nueva vida
Primera lectura: lectura del libro de Isaías (35,1-6a.10):
El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa, florecerá como flor de narciso, se alegrará con gozo y alegría. Tiene la gloria del Líbano, la belleza del Carmelo y del Sarión. Ellos verán la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios. Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes; decid a los cobardes de corazón: «Sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite; viene en persona, resarcirá y os salvará.» Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará. Volverán los rescatados del Señor, vendrán a Sión con cánticos: en cabeza, alegría perpetua; siguiéndolos, gozo y alegría. Pena y aflicción se alejarán.
Meditación:
Ante la súplica a Dios por parte del profeta : “Ojalá rasgases los cielos y descendieses” (Is 63, 19), nuestra conciencia nos mueve a decirnos a nosotros mismos: “ojalá luchara contra mis miserias y ascendiese”. Porque Dios no deja nunca de descender hasta nosotros. Somos nosotros los que nos frenamos en ascender hacia Él, aferrados a tantas cosas que nos esclavizan, relajando las exigencias del amor. ¡Cuánto necesitamos convertir dentro de nosotros y entre aquellos a los que amamos! Sólo así podremos llegar a decir a Dios:
“Bajaste y los montes se derritieron con tu presencia...”
Mira los montes de tus propios pecados, egoísmos y vicios que crees imposibles de superar. Mira ese abatimiento que acaba en la cerrazón de tu corazón a la nueva oportunidad que Dios siempre abre para quien le busca. Mira lo escarpado y vertiginosos que son esos abismos en los que quizá hayas caído. Pero no te quedes allí. Recibe la buena nueva de la salvación. ¡Dios ha venido en nuestro auxilio! Responde una y otra vez a su gracia, capaz de convertirlos en valle de luz y vida nueva. Así hasta completar con nuestra propia existencia la frase del profeta:
“...jamás oído oyó ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por el que espera en Él. Sales al encuentro del que vive santamente y se acuerda de tus caminos”
Vamos, no te desanimes. No desestimes de ese fuego que Él ha encendido en ti y hoy puede cobrar nueva vida. Sí, dándole a Él la oportunidad de que tu vida sea hecha de nuevo. Abre la pequeña ventana de la esperanza, por la que puede entrar una luz tan potente que ilumine toda tu casa. Alza tu mirada al cielo e invócale como el mismo Cristo nos enseñó: «¡Padre!». Date cuenta que tenemos quien vele por nosotros. Dios mismo nos toma y nos acompaña a crecer. Déjate formar por él como arcilla dócil en las manos del mayor de los artistas:
«Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero: somos todos obra de tu mano» (Is 63, 17-64, 5).