La Palabra del domingo: ¿Qué hijo soy?

La Palabra del domingo: ¿Qué hijo soy?

Domingo XXIV del tiempo ordinario

 

hijo pródigo (2)

Del evangelio según san Lucas (15, 1-3.11-32):

En aquel tiempo, solían acercaron a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:
– «Ese acoge a los pecadores y come con ellos.»
Jesús les dijo esta parábola:
– «Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna.”
El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo,se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada.
Recapacitando entonces, se dijo:
“Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros. “
Se levantó y vino a donde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.
Su hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo, “
Pero el padre dijo a sus criados:
“Sacad en seguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.”
Y empezaron a celebrar el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo.
Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
Este le contestó:
“Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud.”
El se indignó y no quería entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Entonces él respondió a su padre:
“Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado.”
El padre le dijo:
“Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado”».

Palabra del Señor

 

Meditación:

Con la parábola del Padre Misericordioso llegamos al centro luminoso de todo el evangelio. Desde Adán hasta Jesús, toda la historia de la salvación se ha ido desarrollando para llegar hasta aquí, donde se nos revela plenamente quién es Dios y quiénes somos nosotros. Él es el padre humilde, valiente y misericordioso que aparece en estas líneas. Por amor se pone por debajo de sus dos hijos, respetando su libertad y manteniendo su corazón abierto para acogerles en su alegría y bondad. No les juzga ni condena, no les coarta ni detiene sus pasos. Les espera, se arriesga a ser rechazado en su amor y, sobre todo, no deja de tener abiertas las puertas de su casa hasta que reconozcan plenamente su dignidad de hijos suyos. Cada uno debe ahora dar el paso de convertirse en qué idea tiene acerca de él para descubrirle en su verdad.

En un silencio de adoración, hago el vacío de cualquier imagen errada que pueda tener sobre Dios -policía, juez, verdugo, ser lejano y desinteresado-. Luego le pido la gracia de contemplarle como realmente ES.

El hijo menor somos cada uno de nosotros cuando le damos la espalda a Dios y pretendemos arrancarle lo que ya Él nos ha ofrecido: nuestra libertad. Aún así, Él vuelve a darnos lo que exigimos y hasta más, dejando que nos aventuremos lejos de su presencia. Sabe que su amor tiene una fuerza mayor que por sí sola nos hará volver. Nos deja marchar y espera…

Lejos de Él, lo perdemos todo. Fuera de su presencia, la ruina, impotencia y oscuridad. El mero instinto por sobrevivir nos mueve a volver a casa, incluso por un interés egoísta. Emprendemos el camino de vuelta tan atribulados por lo que hemos hecho que creemos merecer la humillación y ser tratados como esclavos. Cuando ya avistamos la casa paterna, advertimos una luz en la ventana. Él nos aguarda. No espera que lleguemos y nos sale al encuentro… “Padre, he pecado… no merezco… trátame como a un esclavo…”. Pero Él se nos echa al cuello y nos llena de besos: “este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida”. Nos cambia los harapos por vestiduras, sandalias y anillo de dignidad, manda a celebrar en grande.

¿Me veo a mí mismo como merecedor de tanto amor? ¿Soy consciente de mí dignidad de hijo libre y amado por Dios o me considero su esclavo? ¿Tomo parte en su banquete o me conformo con las migajas?

También somos el hijo mayor cuando no dejamos que Dios sea nuestro padre. “hijo, tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo…”. Estamos siempre en su presencia, pero no le amamos. No experimentamos la alegría de ser sus hijos por autoimponernos las exigencias de un dueño castigador. Mucho menos somos capaces de reconocer al otro como hermano, perdonarle y alegrarnos por su conversión. Y nos rehusamos a entrar en casa. No pensamos como el padre (“ese hijo tuyo...”) y aunque hayamos estado siempre con él, en verdad añorábamos otras compañías (“banquetear con mis amigos”). Cumplimos como empleados ante un jefe o como inquilinos ante un casero. No como hijos. Y es allí donde está el gran regalo y la gran tarea de nuestra conversión.

¿Cuántas de mis autoexigencias, incluso “religiosas”, me alejan de la casa del Padre? ¿Cuántas imágenes erradas mantengo acerca de Él, sin haberle conocido íntimamente? ¿A quién adoro en realidad, a Dios que es Amor o a un ídolo que me voy formando?

 

Oro y contemplo con este poema…

 

Él ha salido a nuestro encuentro

cuando todavía éramos duda

 

¡Brazos al cuello, besos!

Caemos de rodillas.

No dejamos

que nadie diga nada.

 

Llanto de amor se vuelve claridad.

 

La vida

como un asalto de amor al cielo.

 

Entregaste todo, lo gastamos…

¡Encontramos!

 

Fecunda

es la tierra en brotes sorpresivos.

A tus hijos

el torrente baña desde dentro.

Y el pan

a tu mesa es algazara.

Ganancia

se hizo

            la entrega.

Encuentro,  

                   la espera.

El canto

                 toma el sitio del silencio,

el abrazo

                 cubre la otrora distancia.

 

 

(Christian Díaz Yepes, del libro Aquedah, 2013)

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