La Palabra del domingo: Desapego

La Palabra del domingo: Desapego

Domingo XVII del tiempo ordinario

Fuentes3 - José Javier (2)

Lectura del santo evangelio según san Lucas (12,13-21):

En aquel tiempo, dijo uno de entre la gente a Jesús:
«Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia».
Él le dijo:
«Hombre, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre vosotros?».
Y les dijo:
«Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes».
Y les propuso una parábola:
«Las tierras de un hombre rico produjeron una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos, diciéndose:
“¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha”. Y se dijo:
“Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el trigo y mis bienes. Y entonces me diré a mí mismo: alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, banquetea alegremente”.
Pero Dios le dijo:
“Necio, esta noche te van a reclamar el alma, y ¿de quién será lo que has preparado?”.
Así es el que atesora para sí y no es rico ante Dios».

Palabra del Señor

 

Meditación:

¿Qué me enseña este evangelio sobre Dios?

El evangelio de este domingo está en relación con parábola del sembrador de Lucas 8, 4-8. Allí Cristo habla de la semilla que cae entre cardos para representar a quienes escuchan la palabra de Dios, pero las preocupaciones de esta tierra y la codicia de los bienes materiales ahogan la semilla y no dan frutos. Hace dos domingos veíamos que Marta se dejaba llevar por esas preocupaciones de la tierra, a diferencia de su hermana María, que sentada a la escucha del Maestro había escogido la parte que no le sería quitada. Hoy contemplamos la insensatez de un hombre que atesoró riquezas sólo para sí mismo, sin considerar lo caduca que es la vida humana y que no pasamos por esta tierra para consumir, sino para servir y compartir. Este es el mensaje central de nuestro texto. Dios nos está moviendo a considerar cuál es el fin de nuestros esfuerzos y lo que obtenemos a través de ellos, si lo pasajero o lo eterno. Nos hace preguntarnos si estamos considerando los bienes como un fin en sí mismos o como medio para alcanzar lo que nunca pasa y todo lo trasciende. La historia cristiana y también nuestro presente están llenos de hombres y mujeres que han puesto sus bienes al servicio de muchos, que se reconocen a sí mismos como administradores y no poseedores, que viven confiados a la Providencia más que aferrados a sus pertenencias…

«Hombre, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre vosotros?». Este es otra gran enseñanza de nuestro evangelio: quién es y qué no es Cristo. Él es Dios entre nosotros, profundamente cercano pero también radicalmente trascendente. El personaje que pide a Cristo que actúe como árbitro -cuyo nombre, por cierto no se nos dice, porque quien no reconoce a Dios pasa como un anónimo más por la vida- no entra en el misterio de Dios que se acerca a nuestra vida. Desconoce tanto lo divino como lo humano. Utiliza a Dios como un instrumento y no reconoce a su hermano como tal, sino como el contrincante en un litigio. Poniendo su corazón en los bienes queda lejos del Sumo Bien.

¿Cómo lo vivo?

El desapego es una necesaria práctica espiritual. No se trata de despreciar las cosas, sino de darles su verdadero valor, poniéndolas todas en función del doble mandamiento de amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. Como decía san Ignacio de Loyola, se trata de amar a Dios en todas las cosas y en todas las cosas hallar a Dios.

¿Cómo lo celebro?

El ofertorio de cada misa, cuando presentamos el pan y el vino en el altar, es el momento para presentar espiritualmente nuestros esfuerzos, trabajos y bienes para unirlos al sacrificio y acción de gracias del Señor. Por tanto, esta semana valoremos de manera especial este momento de la Eucaristía, desapegándonos de todo lo que el mismo Dios ha puesto en nuestras manos a través del ofrecimiento agradecido.

 

 

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