La Palabra de hoy: determinación

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Domingo XIII del tiempo ordinario

 

Después de la primavera del anuncio renovador, los milagros y la Transfiguración, Jesús comprende que llega la hora de consumar su obra de redención: llevará su amor al Padre y a los hombres hasta el extremo de la Cruz. Por eso toma la firme decisión -“endureció el rostro”, dice literalmente el evangelio- de subir a Jerusalén, donde sabe que va a ser ajusticiado. La amenaza no le detiene en su ascensión a la ciudad. Jesús actúa así porque es el amor de Dios en persona: libre y decidido, valiente y recio.  Lo vemos en cómo deja clara su exigencia al que dice que le seguirá sin reservas: “el hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”. También en su radicalidad con los que anteponen los amores humanos al amor y servicio a Dios: “deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú, ve y anuncia el evangelio”, “el que pone la mano en el arado y mira hacia atrás no es digno del reino de Dios”. Porque el que quiera seguir a Cristo debe negarse a sí mismo; el que quiera ganar la vida, ofrecerla.  Nuestro antipático egoísmo está llamado a ofrecerse en la hoguera del amor de Dios. Esto exige ir en contra de la corriente de los que sólo se buscan a sí mismos, el propio gusto o la propia conveniencia.

En Cristo no hay división entre amor y verdad,  misericordia y justicia, gracia y exigencia, mística y ascética. ¿También es así en ti cómo cristiano?

Qué distinto este evangelio a la mentalidad corriente en nuestro tiempo, que tiende al mínimo esfuerzo y a la falta de compromiso. Se nos induce a dejarnos llevar por lo fácil sin establecer metas trascendentes para nuestra vida. No es casual que por eso hoy proliferen espiritualidades incompletas que nos presentan un Cristo demasiado dulzón, blando y que justifica todo. ¿Pero este puede ser el Salvador que nació bajo la persecución de Herodes y sufrió el exilio, que con sus solas fuerzas  sacudió el enorme templo, volteó mesas de cambistas y liberó a los animales de los sacrificios, el que calmó la tempestad, que con un grito levantó a Lazaro de la tumba y que finalmente le plantó cara al Sumo Sacerdote y a Pilato? ¿Un Redentor acomodaticio hubiera pagado nuestro rescate a precio de su propia sangre derramada en la cruz?

Tomo conciencia de que también en mí puede estar entrando mucho de ese cristianismo incompleto y hasta distorsionado. ¿En qué debo convertirme (= cambiar de mentalidad)?

No basta sólo la buena intención para seguir a Jesús. Es necesaria su llamada y el total despojamiento de sí mismo. Para vivir el Evangelio de hoy tenemos que redescubrir el misterio de nuestra elección por parte de Dios junto con su exigencia de tomar una “determinada determinación”, como dijo santa Teresa de Jesús, de seguirle a él cueste lo que nos cueste y por encima de cualquier otra cosa. Sólo desde esta libertad radical damos una respuesta coherente y cada cosa en nuestra vida gana su verdadero sentido.

¿Qué exigencias me está planteando hoy el Señor para ser auténtico discípulo suyo?

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