La Palabra del domingo: guiados
4º domingo de Pascua
Lectura del santo evangelio según san Juan (10,27-30):
En aquel tiempo, dijo Jesús: «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno.»
Palabra del Señor
Maditación:
Lo enterraron y el sepulcro quedó vacío. Nadie supo cómo la pesada losa fue removida.
Sus discípulos se encerraron por miedo y no hubo muros ni cerrojos que impidieran que él entrara.
Tomás dudó de su resurrección, hasta que le vio y tocó sus heridas.
Pedro le negó tres veces y tres veces fue reconciliado por un amor mayor.
Porque nada podrá separarnos del amor de Dios, como afirmará luego san Pablo: “Ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro”. Ni tumbas, losas, cerrojos, falta de fe, ni antiguas negaciones. Ni nuestros miedos ni enemigos, ni dudas ni pecados. Nada.
Nadie nos arrebatará de la mano de Cristo porque es el Padre, que supera a todos, quien nos ha entregado a él.
Todos sus enemigos han sido puestos a sus pies. Deja de darles tú la fuerza que ya no tienen.
Piensa en todo lo que busca alejarte de Cristo y repite con fe: “ni esto ni nada podrá apartarme del amor de Dios”.
La peor forma de pobreza es el aislamiento. Una soledad forzada y vivida como fatalidad origina tristeza y hace perder el sentido de la vida. Porque hemos sido creados a imagen de Dios, que es com-unión del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Eso hace que hasta la última fibra de nuestra persona se sienta llamada a interactuar, comunicar, encontrarse a sí misma en la relación con los demás. Por eso lo primero que la resurrección de Cristo ha sanado ha sido nuestra capacidad de vivir en comunión, tanto con Dios, con quien nos ha reconciliado, como con las demás personas, de quien nos ha hecho auténticos hermanos.
¿Soy consciente de que la fe cristiana se centra toda en este misterio de la comunión con Dios y con los hermanos? ¿Vivo así mi cristianismo?
Las palabras de este evangelio nos llenan de esperanza. El Padre no se dejará quitar a los que el Hijo ha redimido con su sangre y hechos nuevos por su Espíritu . Hemos sido salvados por Dios y tomados en sus manos. Nos ha rescatado de ese triste aislamiento que amenazaba con hundirnos. ¿Dónde ha quedado el sinsentido? Cada prueba, cada sacrificio, son ocasiones por las que Él nos va purificando, haciendo crecer. Recuerda que somos como las ramas de la vid que el Padre poda para que den más fruto (ver: Juan 15). Lo que Él quiere es sacarnos de nuestros miedos, encierros, victimismos, desesperanzas…
“Tu Dios te ha guiado como un padre guía a su hijo durante tu camino”, dice la Escritura (Dt 1, 31). En un momento de silencio contémplate a ti mismo sostenido por la mano paternal del Señor en distintos momentos de tu vida. Descansa en su presencia y agradécele.
El que te guía en el camino es el Buen Pastor. Esta metáfora resulta antipática para el hombre moderno en su afán de autonomía. Pero es poco sensato pensar así, pues más bien ha de ser motivo de gratitud y confianza el saberse guiado por Aquel que quiere llevar a su plenitud la existencia que él mismo nos dio. Es mejor dejarse conducir por quien sabe y puede más antes que errar por nuestros propios caprichos.
Oro con estas palabras de Charles de Focauld:
“Padre, me abandono en tus manos.
Haz de mí lo que quieras.
Hagas lo que hagas, te lo agradezco.
Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo.
Hágase tu voluntad en mí
y en todas las criaturas.
Esto es todo lo que quiero, Señor.
En tus manos, encomiendo mi vida.
Te lo agradezco con todo el amor de mi corazón
porque te quiero, Señor.
No puedo menos de ofrecerme a mí mismo,
de entregarme en tus manos,
sin reservas y con ilimitada confianza,
porque tú eres mi Padre.
Amen