La Palabra del domingo: Lucha espiritual

La Palabra del domingo: Lucha espiritual

I domingo de Cuaresma

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Abrimos la Cuaresma con el pasaje de las tentaciones de Jesús. Aunque el evangelio nos las presenta en un único episodio, debemos saber que toda su vida, de inicio a fin, estuvo marcada por la persecución y la tentación. Porque así es toda vida que quiere ser fiel a Dios y a su propia dignidad. Jesús asume, recorre y acompaña esta condición humana y la lleva al triunfo pascual del que también nosotros, unidos a él, podemos participar. No esperemos que la espiritualidad sea sólo un camino de rosas, con consolaciones y tranquilidad. Los 40 días en el desierto de Jesús nos hablan de combate contra nuestras fuerzas internas y externas que necesitan ser armonizadas según el designio de Dios.

 

Tomo conciencia de que la Cuaresma ha de ser un tiempo de lucha contra lo que en mí necesita armonizarse y dirigirme al Amor y Verdad de Dios.

 

Las tres tentaciones de este episodio señalan la progresión de los tres ámbitos del combate espiritual. Convertir las piedras en pan es abusar de los dones personales pensando sólo en el uso y disfrute físico, la gratificación inmediata y el encerrarse en sí mismo. Es el nivel más básico de la condición humana, que necesitamos ordenar hacia Dios quiere, hacia “toda palabra que sale de su boca”. El lanzarse desde el pináculo del templo apunta al reconocimiento y admiración de los demás, el vivir de las apariencias y del qué dirán. Toca el ámbito afectivo que también necesita ser dirigido hacia Dios, a quien hay que obedecer antes que a los hombres (ver: Hch 4, 19-5,29). Finalmente, el postrarse y adorar al demonio se dirige al ámbito espiritual más esencial de la persona: su conciencia, libertad y llamada a la adoración. Toca la escala de valores y el compromiso con la Verdad y el Bien.

Como explicábamos, Jesús es tentado en estos ámbitos porque son los mismos en que todos somos tentados. Las tres tentaciones se dirigen al propio ser. Fijémos que el demonio repite tres veces la provocación “si eres…”. Porque el pecado, en definitiva, es negar lo más auténtico de nosotros mismos: nuestro destino a ser plenamente hijos de Dios, por tanto, a vivir en la verdadera libertad. Nuestras tentaciones abarcan lo que nos ciega en el mero disfrute material, lo que nos condiciona a partir de la opinión de los otros y lo que nos hace negar nuestro amor a Dios. Jesús aquí nos enseña a enfrentarnos a todo ello a partir del discernimiento, la familiaridad con su Palabra y la confiada rendición a su voluntad.

 

Sin ningún temor, hago cuenta de mis tentaciones y antepongo a ellas mi amor hacia Dios. Tomo conciencia de que todas me hacen negar mi ser más auténtico, mi propia vocación y misión. Vuelvo a elegir lo que me hace vivirlas plenamente.

 Para concluir, oro con estas palabras inspiradas en Efesios 6:

Querido Señor Jesús,
hoy vengo a rendirme ante ti, ante tu amor y tu verdad.
Te presento todas mis tentaciones.
Tú las conoces porque las has vivido en tu propia carne. Y las has vencido.
Enséñame también a mí a vencerlas. Ayúdame a luchar, no caer.
Que no olvide tu Palabra, lo que quieres de mí. De mi ser más auténtico.
Que no lo niegue, Señor y Dios mío. Que no me traicione a mí mismo, a mi destino en ti.
Hoy me fortalezco en el poder de tu nombre, Señor Jesús,
para luchar contra el diablo y sus espíritus.
Porque la vida es, ante todo, una lucha espiritual. Y tú nos has dado las armas para combatirla.
Me mantengo en pie firme, como resucitado contigo, y busco las cosas del cielo , que es mi fin.
No me ato a las de la tierra, que son sólo medios.
Ciño mi cintura con el cinturón de la verdad: que estoy necesitado de ti,
que no puedo luchar sólo, sino con la fuerza de tu gracia.
Me cubro con la coraza de tu cruz, que es mi única justificación ante Dios.
Calzo mis pies con tu evangelio, para que guíe mis pasos y no yerre en mi camino.
Es tu evangelio de la paz, la paz que me esfuerzo por alcanzar en mí mismo y con los demás.
Embrazo el escudo de la fe: que soy hijo del Padre, discípulo tuyo y templo de tu Espíritu.
Este el escudo que calcina los dardos del demonio, a quien no debe temer, sino combatir.
Me cubro también con el yelmo de la salvación,
La que nos viene por tu Cuerpo y tu Sangre entregados en la cruz y que recibo en cada Eucaristía.
Y blando con tu fuerza, la espada del Espíritu, que es tu Palabra,
espada de doble filo que penetra hasta lo más íntimo.
Lo hago al escucharla, al ponerla en práctica y anunciarla sin rebajas.
Porque ella me hace cada día más semejante a ti, vencedor de todo mal,
el testigo fiel y verdadero,
el amigo que nunca falla y yo quiero amar cada día más.
 
Amén

 

 

 

 

 

 

 

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