Lectio en salida: Su viña
Del Evangelio según Mateo (21, 33-43)
En aquel tiempo, Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo esta parábola: “Había una vez un propietario que plantó un viñedo, lo rodeó con una cerca, cavó un lagar en él, construyó una torre para el vigilante y luego lo alquiló a unos viñadores y se fue de viaje.
Llegado el tiempo de la vendimia, envió a sus criados para pedir su parte de los frutos a los viñadores; pero éstos se apoderaron de los criados, golpearon a uno, mataron a otro y a otro más lo apedrearon. Envió de nuevo a otros criados, en mayor número que los primeros, y los trataron del mismo modo.
Por último, les mandó a su propio hijo, pensando: ‘A mi hijo lo respetarán’. Pero cuando los viñadores lo vieron, se dijeron unos a otros: ‘Este es el heredero. Vamos a matarlo y nos quedaremos con su herencia’. Le echaron mano, lo sacaron del viñedo y lo mataron.
Ahora, díganme: cuando vuelva el dueño del viñedo, ¿qué hará con esos viñadores?” Ellos le respondieron: “Dará muerte terrible a esos desalmados y arrendará el viñedo a otros viñadores, que le entreguen los frutos a su tiempo”.
Entonces Jesús les dijo: “¿No han leído nunca en la Escritura:
La piedra que desecharon los constructores, es ahora la piedra angular. Esto es obra del Señor y es un prodigio admirable?
Por esta razón les digo que les será quitado a ustedes el Reino de Dios y se le dará a un pueblo que produzca sus frutos”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Comentario
Compromiso, diligencia y esperanza: Tres palabras que resumen las lecturas de este domingo. La inquietante parábola de la Viña del Señor, anunciada por el profeta Isaías y retomada por el mismo Jesús en el evangelio, nos interpela y alerta sobre el cuidado que debemos prestar a nuestra vida como cristianos. El mensaje de san Pablo a los Filipenses nos enseña cómo mantener la atención espiritual sobre nuestro compromiso de vida. Así podremos presentar gozosos al señor la Viña que Él nos ha mandado a cuidar hoy.
La imagen del pueblo de Dios como “Viña” suya es uno de los símbolos más sugerentes del Antiguo Testamento. Él nos presenta la porción del Señor como tierra fértil dispuesta por Él para que dé frutos de vida y alegría, representados en las uvas que deben dar un buen vino. La imagen del vino hace siempre referencia a la celebración, a la alegría y a la Alianza. Sugiere también el amor, que es dulce y embriagador.
Sin embargo, en la Primera Lectura, tomada del libro del profeta Isaías, se muestra el revés del buen vino: el agraz que produce la tierra elegida por Dios para que en ella se cumpliera su designio. La lectura expone la querella de Yahvé contra los dirigentes políticos y religiosos de su pueblo, a quienes confió el cuidado de su viña. A ellos hace responsables de que el fruto se haya desvirtuado, produciendo una bebida desagradable al paladar, que ya no habla de amor ni de celebración.
La misma temática de la viña del Señor es retomada por Jesús, auténtico intérprete de la Escritura. Él no sólo responsabiliza a los encargados de cuidar la viña por el mal fruto que está produciendo -recordemos que Jesús expone la parábola a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo- sino que los responsabiliza de un pecado mayor: Ellos no han atendido la voz de los que Dios ha enviado para advertir el peligro de la desviación del pueblo. Incluso llegan a agredir y matar al propio hijo del Dueño de la viña. Está claro que en estos sujetos Jesús está personificando a los profetas y a Sí mismo, que ha venido para pronunciar al pueblo la palabra definitiva de Dios. Los empleados a los que el Dueño había encomendado su Viña representan a las autoridades civiles y religiosas a las que Jesús dirige la parábola. Pero también nos representan nosotros, cristiano a quien le ha sido encomendado el cuidado de la obra de Dios en el día de hoy: Sacerdotes, padres de familias, trabajadores, estudiantes. Hoy nosotros somos la Viña del Señor, y por tanto tenemos la responsabilidad de cuidar con atención nuestra propia vida, sabiendo que no somos sus dueños, sino que tendremos que rendir cuenta de ella al Señor. Rendiremos cuenta de la obras hechas a cada hermano, de cada palabra pronunciada, de cada gesto omitido. Cada momento presente de nuesta vida es una ocasión para cultivar con esmero la porción de la Viña que el Señor nos encomienda: cuando hacemos bien nuestro trabajo cotidiano, cuando estudiamos, cuando vivimos un equilibrado descanso, cuando nos comunicamos con otros a través de los medios contemporáneos… Tantas y tantas ocasiones que debemos llenar de amor hacia Dios y a los hermanos. Así presentamos ante Él una vida llena de frutos.
¿Cómo estoy cuidando mi propia vida cristiana? ¿Vivo con diligencia y amor cada acción de mi vida o me dejo conducir por el egoísmo y los impulsos ciegos?
Profundicemos aún más. Tanto la Primera Lectura como el Evangelio, nos hablan de la relación de Dios con la historia humana. Aunque Él la trasciende infinitamente, gusta de intervenir en ella para conducirla a su salvación definitiva. Él se solidariza con ella y se hace presente en sus tiempos para reconducirla a su designio de libertad y armonía. Estas lecturas nos llenan de esperanza al comprobar que aunque los hombres erremos en nuestras decisiones y enturbiemos con nuestros pecados la obra de Dios, Él continúa conduciéndola a su realización. Esperamos, de hecho, la venida de una “tierra nueva y cielos nuevos” (Ap 21), en los que nuestra realidad estará llena de la gloria de Dios.
¿En mi día a día tomo conciencia de que Dios me conduce, que Él es el término de mi vida? ¿Qué frutos estoy dando en mi vida, buen vino o bebida agria?
Mientras vamos de camino, nuestro compromiso con el Señor es cuidar hoy de su viña, que somos cada uno de nosotros en la Iglesia. Siguiendo los consejos que san Pablo dirige a los cristianos de Filipos: Sin inquietarnos por nada de lo que vemos como escandaloso en nuestro tiempo, presentamos continuamente oraciones a Dios; apreciamos “todo lo que es verdadero y noble, cuanto hay de justo y puro, todo lo que es amable y honroso, todo lo que sea virtud y merezca elogio”. Haciendo así la paz de Dios estará siempre con nosotros.
Amén
© Christian Díaz Yepes. 2011