QUIERO MEJORAR, PERO… ¿CÓMO LO HAGO?

Quiero mejorar, pero… ¿Cómo lo hago?

La Cuaresma como camino de libertad

Padre Christian Díaz Yepes

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Llega la Cuaresma y con ella la oportunidad de crecer y mejorar. Dios y la Iglesia nos dan la ayuda necesaria en este tiempo para apuntalar nuestro crecimiento espiritual y con ello la renovación de nuestra vida. Pero este reto a muchos suele causarles cierta frustración. Tantas veces nos hacemos buenos propósitos, decidimos renunciar a los vicios que nos atan, alcanzar virtudes que nos dignifican… pero en poco tiempo nos damos cuenta de que no estamos avanzando o que hemos olvidado nuestra intención inicial. Y esto sucede porque el crecimiento espiritual no se basa sólo en buenas intenciones. Junto a ellas necesitamos poner en práctica tres cosas: Inteligencia, habilidad y perseverancia.

Necesitamos formularnos propósitos con inteligencia. Esto quiere decir que hay que saberlos formular. Nada de propósitos genéricos, tales como: “Seré una buena persona” o “Superaré mis defectos”. Aprendamos de Salomón, que pudiendo recibir cualquier cosa de parte de Dios pidió sólo la sabiduría para actuar como a Él le agrada (ver: Sab 9,1s). Si quieres ser mejor persona, examínate y reconoce específicamente los aspectos en los que quieres mejorar. Haz una lista de ellos y luego trata de “ponerlos en orden”. Hay defectos que son más fuertes que otros o que dan paso a peores cosas. Por ejemplo: Alguien que se propone no hablar tanto sobre los otros debería empezar por ser menos curioso o “entrometido” con respecto a las vidas ajenas y así hablará menos de ellos. Además, debería estudiar cuáles son los momentos en que más cae en este mal y si hay personas o ambientes que le exponen a caer. Sobre todo, debería tratar de hacer un mejor uso de su tiempo, ocupándose en cosas más enriquecedoras.

También debemos ayudarnos por medio de la habilidad. Se trata de emplear todos los medios apropiados para alcanzar el bien que deseamos.  Realizar cada día el examen de conciencia, deteniéndonos específicamente en lo que nos hemos propuesto, es un medio recomendado por la Iglesia. Breves anotaciones en la propia agenda, quizá en el mismo móvil u ordenador, nos pueden ayudar a “llevar cuenta” de los logros o retrocesos. Si cuidamos al detalle tantos otros aspectos de nuestra vida, ¿por qué no usar los mismos recursos para nuestra “economía espiritual”? Cada día en que verifiquemos un avance, demos gracias a Dios y disfrutemos de la experiencia de hacernos más libres, más dueños de nosotros mismos. Si advertimos un retroceso, recomencemos fortaleciendo nuestros propósitos y saquemos de esa caída el aprendizaje necesario para mejorar.

Finalmente, no descuidemos la perseverancia. “El que persevere, se salvará”, dice el Señor (Mt 10, 22. 13,13. 24,13). Para no decaer, ayudémonos pidiendo la gracia de Dios, practicando la paciencia y levantándonos una y otra vez. No decaigamos en estos cuarenta días de lucha liberadora. Incorporando nuestros esfuerzos, renuncias y sacrificios a la Pasión de Cristo, podremos celebrar llenos de júbilo su triunfo sobre el mal en la noche luminosa de la Pascua. Cada uno de los domingos de esta Cuaresma nos debe llenar de la esperanza de estar más próximos a la celebración de este gozo y así fortalecer nuestros propósitos.

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Durante el tiempo de Cuaresma, la Iglesia ha recomendado en todos los tiempos tres prácticas espirituales sobre las cuales el mismo Jesucristo nos instruye en su Sermón de la Montaña (Ver: Mt 6, 1-18): el ayuno, la limosna y la oración.

 

El ayuno: crecer en el amor a nosotros mismos

Pareciera paradójico, pues se trata de amarnos a nosotros mismos  negando nuestras propias apetencias y gustos. Con ello alcanzamos un mayor autodominio, es decir, nos hacemos “señores de nuestro ser”, pues dejamos de ser esclavos de caprichos y pasiones. No se trata sólo de “dejar de comer”. Podemos ayunar también limitándonos en el uso de algunas cosas que nos gustan, pero que no son esenciales, como por ejemplo las horas ante el televisor o navegando en internet. Al no dedicarles nuestro tiempo y fuerzas, podemos dirigir estos valiosos recursos hacia lo que merece aún más nuestra atención, como el servicio al prójimo y la oración.

Limosna: crecer en el amor a los demás

No es sólo una monedita dada con desgano a quien nos pide. Más bien se trata de disponer todo nuestro ser para vivir estos 40 días en atención a los demás, socorriendo sus necesidades y ofreciéndoles nuestro tiempo, fuerzas y recursos. Es la práctica que nos enseña a reconocer en cada persona un prójimo al cual Dios me invita a amar, ensanchando así mi corazón y construyendo con ellos la fraternidad.

La oración: crecer en el amor a Dios

De la oración nunca tendremos bastante. La Cuaresma es el tiempo propicio para renovar y crecer en esta práctica, dedicándole los mejores momentos de nuestra jornada y concentrando en ella los mejores deseos e inquietudes. Es el diálogo con Dios que puede ser tanto de alabanza como de súplica, de petición como de acción de gracias. Especialmente nos puede ayudar en este tiempo la oración con la Palabra de Dios. Un recurso útil y pedagógico que aplicamos desde estos comentarios es meditar cada día con las lecturas de la misa correspondiente, las cuales nos van indicando el itinerario cuaresmal.

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