La noche crucial de nuestro pueblo
Para prepararnos a celebrar la Resurrección de Jesús, hoy tendríamos que hablar de la resurrección de Lázaro, signo que permite a Jesús proclamarse a sí mismo como “la resurrección y la vida”. Hoy leo este pasaje del evangelio de Juan (11, 3-45) desde nuestra actual situación de muerte y desesperanza, por eso me fijo sobre todo en quienes aparecen en torno al milagro: Marta y María, las hermanas de Lázaro que experimentan el duelo y hasta la decepción por la ausencia del Maestro en la hora crucial.
Jesús sabe de la gravedad del amigo al que amaba profundamente, y sin embargo, decide posponer su visita. Lázaro muere y Jesús llega cuatro días después como uno más entre los que se acercan a dar el pésame a las hermanas. “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”, le reclama Marta. “¿Acaso no podía éste, que dio la vista al ciego de nacimiento, evitar que su amigo muriera?”, se preguntan los que quieren ponerlo a prueba. Jesús ha demorado su venida, parece indiferente al dolor de los que ama. Esta escena trágica nos habla de la ausencia de Dios, del no sentirlo cerca, justo a Él, por quien antes nos habíamos sentido tan amados. El reclamo de Marta y María es el grito de quien se siente abandonado por Dios, el mismo que Jesús recoge y expresa desde la cruz en la hora crucial de la historia: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mc 15, 37).
San Juan de la Cruz definió esta experiencia como “la noche oscura” por la que debe atravesar el alma en su ascensión hacia Dios: el despojamiento interior y el amor por el Crucificado le conducen a experimentar su ausencia, como si Dios le diera la espalda justo en el momento en que el creyente más le está amando. Al visitar el sepulcro del santo poeta en Segovia en 1982, Juan Pablo II hizo notar que la “noche oscura” en nuestros tiempos ha alcanzado dimensiones “epocales y colectivas”. Ya no es sólo un individuo el que experimenta la lejanía del Dios por quien en otro momento se sentía amado y acompañado, sino pueblos y sociedades, la humanidad entera en la que todas las pretensiones excluyentes han mostrado su quiebre y su trágico revés.
El cadáver de Lázaro en el sepulcro sellado con la losa es imagen de la muerte y de los muertos de nuestro pueblo. Las lágrimas de María y Marta de Betania son las lágrimas y el “¿por qué?” de quienes les lloramos. “Marta, Marta, te ocupas de muchas cosas, pero sólo una es necesaria” (Lc 10, 41), le había reclamado Jesús a esta misma mujer que se ajetreaba en acciones que posponían lo esencial: mantenerse en la escucha del Maestro y dejar que sea Él quien actúe en primer lugar. “Yo mismo abriré vuestros sepulcros y os sacaré de vuestros sepulcros (…) Os infundiré mi espíritu y viviréis, os afirmaré en vuestra tierra y sabréis que yo mismo lo dije y lo cumplí”. Son las palabras de Ezequiel (11, 18-20) que anuncian la promesa de Dios al pueblo que experimenta la desesperanza y el oprobio. Y estas palabras acompañan hoy el relato de la resurrección de Lázaro.
¿Dónde está Dios en este momento? Nosotros, que nos hemos sentido siempre tan favorecidos por Él, hoy experimentamos su ausencia, como si nos hubiera dado la espalda y hubiera entregado nuestra suerte a la mano de nuestros opresores (cf.: 79, 6-7). Pero también este abandono se transfigura, la hora fatal es más bien la hora crucial de nuestra historia. La noche epocal puede hacerse noche pascual. Es el Espíritu el que abre los sepulcros, “y aún el que haya muerto, vivirá” (Jn 11, 25).
Nuestra parte, como María y Marta, es la de no dejar de llamar a la puerta del corazón del Maestro, que se conduele y también llora nuestra muerte y nuestro luto… y actúa, los vence. No conformarnos como si el mal no pudiera ser vencido o para vencerlo tenemos que usar sus mismos procedimientos, en cambio “vencer el mal a fuerza de bien” (Rom 12, 21). No esperemos soluciones fáciles, sino comprometidas, las que despiertan todas nuestras potencialidades. Nos toca dejarnos iluminar, despertar nuestras capacidades intelectuales y espirituales para advertir la Presencia y el Sentido que nos acompañan en esta hora de sombras. El amor, el compromiso decidido y en contracorriente, la palabra certera, la mirada profunda a la realidad, el despojarnos de pretensiones y autosuficiencias ante los demás, en quienes encontramos a Dios, los gestos concretos de perdón y reconciliación son el mover la losa del sepulcro, el golpeteo incesante al corazón de nuestro Dios que ha hecho suyo el “¿por qué?” de nuestra muerte. Y también nuestra victoria.
Padre Christian Díaz Yepes
Caracas, 6-04-2014.
Saludos mi Querido Padre Christian!
Gracias por esta luminosa reflexión de la Palabra de Dios de este V Domingo de Cuaresma. Es tan oportuna para iluminar desde la fe y la esperanza cristiana a esta Iglesia en la que peregrinamos hoy en Venezuela…
Un fraterno abrazo de parte de tu antíguo Párroco y luego profesor en el Seminario, pero honrado siempre de tu gran cercanía y Amistad. El Señor te siga bendiciendo e iluminando. Que María Santísima y nuestra recordada Chiara te acompañen siempre con su oración desde la presencia del Altísimo.
+Luis Armando Tineo R.
Obispo de Carora
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Gracias Padre Christian , que oportuna su reflexión, nos anima en esta hora triste de nuestro pais.
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Gracias Rafael M
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