Santiago, ¿por qué?
Mis preguntas al Apóstol en el día de la tragedia
La primera vez que tuve la gracia de visitar Santiago de Compostela sentí que mi alma quedaba traspasada. Pude encontrar profundas raíces de mi fe, fe apostólica, y de mi hispanidad. En la plaza del Obradoiro, delante de la catedral, descubrí uno de esos rincones del mundo donde he podido decir «Estoy en casa».
Después de eso, cada 25 de julio, al despertar, he sintonizado la televisión española para seguir en vivo la transmisión de las fiestas. Luego yo mismo celebraba la misa en Caracas, también ciudad de Santiago, experimentando una vinculación profunda con la tumba del Apóstol donde reí, lloré y con ardor profesé mi fe.
Esta mañana, al despertar en Madrid, esperaba ver en la TV las imágenes de Santiago de Compostela en los preparativos de su fiesta y celebrar mi primer día de Santiago en su España bendita. La imagen fue otra: Era la ciudad de los caminantes, sí, pero no de fiesta, sino de tragedia. La noticia ya todos la conocemos.
A lo largo del día, me he enfrentado con tantas preguntas… En mi casa el sacerdote anciano con el que vivo lloraba viendo las imágenes y preguntaba en voz alta: «Santiago, ¿por qué?».
Sí, Santiago, ¿por qué?
¿Cuántas de las víctimas irían anoche en ese tren para celebrar la fiesta ante tu tumba? ¿Cuántos contemplarían agradecidos al cielo desde sus ventanillas el umbral de tu ciudad de esperanzas ?
Santiago, ¿por qué?
Protector de España, Guía de los peregrinos, ¿por qué nuestros ojos miran hacia tu ciudad no para celebrarte, sino para estremecernos con una tragedia que no encuentra explicación?
«Dios mío, Dios mío, ¿por qué?» (Mc 15, 34)
Sí, el nuestro es un porqué que se une al del Maestro. Un porqué que no encuentra respuesta, que sólo parece chocar con el vacío del sinsentido, la separación y el abandono. Ese Cáliz que Cristo pidió que si era posible le fuera apartado, pero del que bebió con amor extremo. El mismo del que te hizo beber también a ti, el primero en derramar su sangre por Él. Y «cada vez que levantamos este Cáliz proclamamos su Resurrección hasta el día en que vuelva».
Allí nos quedamos, Apóstol nuestro Santiago: En el ¿Porqué? del Señor, en el porqué de las víctimas, de los deudos, de tus devotos. Se nos puede perdonar que no tengamos todas las respuestas a los hombres, pero sería imperdonable que no fuéramos capaces de acoger todas sus preguntas.