La Palabra de hoy: Luz
Lunes V de cuaresma
Evangelio: Juan 8,12-20
12 Jesús volvió a hablar a la gente, diciendo:
– Yo soy la luz del mundo. El que me siga no caminará a
oscuras, sino que tendrá la luz de la vida.
11 Al oír esto, los fariseos le replicaron:
– Estás dando testimonio de ti mismo; por tanto, tu testimonio
carece de valor.
«Jesús les contestó:
– Aunque doy testimonio de mí mismo, mi testimonio es
válido, porque sé de dónde vengo y adonde voy. Vosotros, en
cambio, no sabéis ni de dónde vengo ni adonde voy. I? Vosotros
juzgáis con criterios mundanos. Yo no quiero juzgar a nadie,
16 y cuando lo hago, mi juicio es válido, porque no soy yo sólo
el juez, sino que también está conmigo el Padre, que me envió.
17En vuestra Ley está escrito que el testimonio dado por
dos testigos es válido. 18Pues bien: un testigo a mi favor soy yo
mismo; pero el otro testigo es el Padre, que me envió.
19 Ellos le preguntaron:
– ¿Dónde está tu Padre?
Jesús les contestó:
– Ni me conocéis a mí ni conocéis a mi Padre; si me conocierais
a mí, conoceríais también a mi Padre.
20 Jesús dijo esto cuando estaba enseñando en el templo, en
el lugar donde se encuentran las arcas de las ofrendas. Sin
embargo, nadie se atrevió a detenerlo, porque aún no había
llegado su hora.
Comentario:
«Jesús, luz del mundo, no sólo eres la luz que brilla en las tinieblas
nocturnas; también eres la luz de la mañana, la luz de cada
nuevo día, de sus esperanzas, de sus actividades. El sol que sube
poco a poco. También tu, oh luz del mundo, en el alba de cada día
deseas penetrar a través de la ignorancia y las debilidades humanas,
a través de la buena voluntad y a través de las pasiones pecaminosas.
Cada mañana quieres crear un mundo nuevo.
342 Quinta semana de cuaresma
Hazme piadoso contigo, luz del día que surge, para que no malgaste
este día que comienza y acoja lo que me ofreces por mediación
suya. Luz del mundo, tú eres sobre todo el sol resplandeciente
en mediodía.
Un día de verano, en Jerusalén, traté de fijarme a mediodía, en
el sol de oriente. Levanté los ojos hacia él y, durante uno o dos
segundos, pude entrever un albor deslumbrante, incandescente y
ardiente, más blanco que la nieve. Pensé entonces en ti, Cristo, luz
del mundo, pensé que ese punto relampagueante y radiante era la
representación visual más pura y eficaz que podemos tener de tu
ser. Para poder continuar mirando ese sol de mediodía, interpuse
entre éste y mis ojos las hojas de un arbusto. Comprendí entonces
otra cosa. Comprendí cómo tu luminosidad cegadora, oh Cristo-luz,
nos aparece tamizada, filtrada a través de tus criaturas iluminadas
y caldeadas por esa luz».
Luz del mundo, que te pueda ver en el esplendor de mediodía
(Un monje de la Iglesia de Oriente, // volto d¡ luce. Riflessi di Vangelo,
Milán 1994, 70s).