La Palabra del domingo: Sin arrojar piedras

La Palabra del domingo: Sin arrojar piedras

Domingo V de Cuaresma

 

PdV201303

 

Evangelio: Juan 8, 1-11
«El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra»

En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.
Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?»
Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.
Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.
Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra.»
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.
Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos.
Y quedó sólo Jesús, con la mujer, en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?» Ella contestó: «Ninguno, Señor.»
Jesús dijo: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.»

Palabra de Dios

 

 

Comentario:

Como comentario al evangelio de este domingo, recordamos el texto de la Palabra de Vida de este mes:

«El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra» (Jn 8, 7).

Puedes ver el Power Point aquí:

Chiara Lubich: Palabra de Vida, marzo 2013

 

«El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra» (Jn 8, 7).

Mientras Jesús enseñaba en el templo, los escribas y fariseos le llevaron una mujer a la que habían sorprendido en adulterio y le dijeron: «La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?» (Jn 8, 5).

De ese modo querían tenderle una trampa. En efecto, si Jesús se manifestaba en contra de la lapidación, podrían acusarlo de ir contra la Ley, según la cual los testigos directos de la culpa debían comenzar a lanzar piedras a quien había pecado, seguidos luego por el pueblo. Y al contrario, si Jesús confirmaba la sentencia de muerte, entraría en contradicción con su enseñanza sobre la misericordia de Dios con los pecadores.

Pero Jesús, que estaba inclinado escribiendo con el dedo en el suelo –demostrando así su imperturbabilidad–, se incorporó y dijo:

«El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra».

Ante aquellas palabras, los acusadores se retiraron uno tras otro, empezando por los más viejos. El Maestro, dirigiéndose a la mujer, dijo: «¿Dónde están? ¿Nadie te ha condenado?». «Nadie, Señor», respondió ella. «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más» (cf. Jn 8, 10-11).

«El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra».

Con estas palabras no es que Jesús se revele permisivo ante el mal, como el adulterio. Sus palabras «anda, y en adelante no peques más» dicen claramente cuál es el mandamiento de Dios.

Jesús quiere destapar la hipocresía del hombre que se erige en juez de la hermana pecadora sin reconocerse a sí mismo pecador. Así subraya con sus palabras la conocida sentencia: «No juzguéis y no seréis juzgados. Porque seréis juzgados como juzguéis vosotros» (Mt 7, 1-2).

Al hablar de este modo, Jesús se dirige también a esas personas que condenan a los demás sin apelación y sin tener en cuenta el arrepentimiento que puede brotar en el corazón del culpable. Y muestra claramente cuál es su comportamiento respecto a quien comete una falta: tener misericordia. Cuando aquellos hombres se alejaron de la adúltera, «sólo quedaron dos allí –dice Agustín, obispo de Hipona–: la miserable y la misericordia» .

«El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra».

¿Cómo poner en práctica esta Palabra?

Recordando, ante cualquier hermano o hermana nuestra, que también nosotros somos pecadores. Todos tenemos pecado, y aunque nos parezca que no hemos incurrido en graves errores, debemos tener siempre presente que se nos puede escapar el peso de las circunstancias que han inducido a otros a caer tan bajo y a alejarse de Dios de semejante forma. ¿Cómo nos habríamos comportado nosotros en su lugar?

También nosotros hemos roto a veces el vínculo de amor que debía unirnos a Dios, no hemos sido fieles a Él.

Si Jesús, el único hombre sin pecado, no lanzó la primera piedra contra la adúltera, tampoco nosotros podemos hacerlo contra quienquiera que sea.

Así pues, tengamos misericordia con todos, reaccionemos contra ciertos impulsos que nos empujan a condenar sin piedad; debemos saber perdonar y olvidar. No mantengamos en el corazón restos de juicios o de resentimiento donde puedan anidar la ira y el odio, que nos alejan de los hermanos. Veamos a cada uno como si fuese nuevo.
Si en lugar de juicio y condena, tenemos en el corazón amor y misericordia por cada uno, lo ayudaremos a comenzar una vida nueva, le daremos ánimos para empezar cada vez de nuevo.

Chiara Lubich
Publicada en Ciudad Nueva, nº 341 (marzo 1998), p. 33

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