Francisco, renueva mi Iglesia… ante la elección del nuevo Papa

Francisco, renueva mi Iglesia… 

Ante la elección del nuevo Papa

francisco

Escribo estas líneas pocos minutos después de haber seguido la transmisión que nos ha llenado de emoción y ha despertado nuevas esperanzas en el mundo entero. Recíbanlas como una comunión de mi alegría y de la esperanza que me llena en estos momentos.

Llegué a casa a las siete y quince de la tarde. Venía de una sesión del seminario de investigación de teología, que había concluido con una sentencia fulminante por parte del Decano: «El Papa que se elija en estos días tendrá que cargar con el peso de suceder la genialidad de Juan Pablo y la mente de Benedicto». Eso venía recordando cuando en la puerta de casa me encuentro a mis compañeros que  me anuncian con los brazos abiertos: «¡Habemus Papam!».

Corrimos a encontrar a la comunidad reunida en nuestro centro Mariápolis. Una hora de expectación, de preguntas y anhelos contenidos. «¿Y si se llamara Francisco?», me preguntó Endi, el otro sacerdote venezolano con el que vivo. Creo que no le respondí nada. Quizá pensé que una ilusión de ese tipo no merecía mayor atención…

Papa Francisco I.

Jesuita y argentino: «Eso suena a rock and roll», tiuteó un amigo mío. Yo vi su comentario y sonreí, pero lo que ocupaba mi mente seguía siendo ese nombre que resonaba con sabor un sabor de romance y de alegría nueva: «Francescus», Francisco. Como quien dijera Paco, como quien lo llamara Pancho…

«Entonces ¿cómo lo llamamos si no quiere que le digamos Eminencia?» -dicen que le preguntaban mucho en Argentina. «Llámenme padre Bergoglio».

«¡Francesco! ¡Francesco!» gritaron los romanos que colmaban hoy la plaza de san Pedro. Y ese nombre atravesó los siglos, pasó por encima de todas las cúpulas de Roma y nos remontó hasta el día en que en  Asís una turba gritaba el mismo nombre ante la conmoción que suscitó aquel enloquecido que se despojó de sus vestiduras y sus prebendas  para correr libre a conquistar el reino anunciado por Jesús.

Francisco. Así, sin grandilocuencia. Tuvieron que pasar ocho siglos después de aquel primer Francisco. Seguramente él mismo ya explicará la razón de su nombre en las próximas horas… Que si fue por Javier, que si fue por el de Asís. También empezarán a bullir los medios trazando el perfil del elegido que tratarán de encasillarlo en los esquemas mundanos.  Yo hoy me voy a la cama con una felicidad inesperada: el Papa es Francisco. Eso me basta.

El nombre del Papa marca su pontificado, así como marca a la Iglesia y a todo el tiempo en que ese hombre se mueve y mueve al mundo. Porque sí, quiérase o no, el Papa mueve al mundo. Y hoy lo estamos comprobando.

Unos papas han tomado nombres de Apóstoles , otros de filósofos, de Padres de la Iglesia, de guerrerosy de anacoretas. Y cada uno de ellos ha tenido que desarrollar en su momento ese designio particular que el Señor le indicaba para guiar a la humanidad con un carisma particular.

Hoy, por primera vez, el Papa asume el nombre de un mendigo.

Y no sólo el nombre: también el gesto del pobre que se inclina ante sus señores para implorar una gracia del cielo: «Os pido vuestra bendición».

Sólo con sotana blanca y con pectoral de madera, este jesuita anciano se presenta como «Obispo de Roma, cuya misión es la de presidir en la caridad a todas las Iglesias del mundo». Tuvieron que pasar más de quinientos años para que un jesuita llegara hasta allí. ¿Y quién no ha sido sacudido por un jesuita? Con sus virtudes y defectos, estos hombres han tejido la historia moderna con hilos invisibles hasta formar una filigrana de profetismo y arrojo.

Ahora nuestro «Francisco I», «Francisco, sj», ingeniero químico, profesor de literatura y psicología, apasionado por Borges y Dostoievski, hincha del fútbol y admirador del tango, sudamericano con apellido italiano -como argentino legítimmo- obispo que viajaba diariamente en el metro de Buenos Aires, hoy  se inclina ante la humanidad para pedir nuestra bendición. Francisco I, portarás en tu carne las heridas de tu Señor, como lo hizo el primer Francisco. Te tocará mendigar de puerta en puerta como él, porque has querido hacerte pobre con los pobres, y como él nos llamarás a tener un único programa: «Vivir el Evangelio sin glosa». El Evangelio sin acomodos. La savia fresca del Evangelio…

Francisco I, contigo inclinamos también nuestras cabezas para recibir juntos la bendición de una Iglesia renacida del Evangelio y una humanidad unida en esa fraternidad que has pedido hoy al cielo.

Padre Christian Díaz Yepes

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