Palabra de vida febrero 2013

Palabra de vida febrero 2013

Por Chiara Lubich

amor al hermano

Queridos amigos,

¿Cómo han comenzado este año? ¿Qué tal las experiencias de la Palabra de Vida de enero: «Misericordia quiero y no sacrificios»?

Les cuento que yo he comenzado muy bien, determinado a vivir hasta el fondo esta Palabra. Así he podido hacer varias experiencias que me han unido mucho más a Dios y me han llenado de alegría. En muchos momentos, al encuentro con otras personas, me venía algún juicio o alguna mala disposición. Sin embargo, siento que Dios mismo me recordaba: «Misericordia quiero…» Entonces volvía en mí y me preguntaba: «¿Quién soy yo para juzgarlo?» Y de ese modo la relación se hacía más libre, más transparente. En muchas personas pude descubrir ese «regalo escondido» que Dios nos prepara en cada prójimo que nos hace encontrar: alguna virtud que no conocía, una nueva manera de apreciarle. Así me pasó, por ejemplo, con un compañero con el que tengo que trabajar en la Universidad. Cuando iniciamos los trabajos juntos quedé muy desconcertado porque este hombre cambiaba radicalmente sus opiniones ¡y también las decisiones que nos afectaban a varios! Lo primero que hice fue pensar: «Este tipo tiene personalidades múltiples y no podré llegar muy lejos con él». Así que comencé a buscar la manera de esquivarlo y no hacer muchas cosas juntos. Sin embargo, en este mes de enero me vi comprometido a ayudarle en algo que me pedía, además de seguir un consejo académico que me había dado… Recordé la Palabra de Vida y así me vacié de todo prejuicio y experiencia negativa que hubiese podido tener antes. Entendí que tenía que amarlo como él es, no como yo esperaría que fuera. De modo que le ayudé en lo que me pedía, aún cuando me generaba algunas complicaciones… Esa semana lo volví a encontrar en la Universidad y hablamos por un rato que ha resultado revelador: Efectivamente la relación había cambiado en mucho. Este hermano necesitaba a alguien en quien poder confiar.Me doy cuenta de que tiene muchas razones para verse agobiado por las responsabilidades. He encontrado un hermano, un amigo, una presencia concreta de Jesús. Me siento feliz porque me doy cuenta que también él lo ha encontrado en mí. La relación entre nosotros ha dado un salto de calidad y ya empezamos a ver los frutos positivos…

 

Ahora dos experiencias de otros amigos que nos cuentan cómo han vivido la Palabra de enero:

 

1.-     » … las experiencias las sigo con mucho interés, yo casi no tengo ninguna que aportar, sólo me digo: «me tengo que entregar a los demás, darme yo misma»; no es dar dinero, ni un poco de tiempo, darme yo, porque eso es lo que ÉL nos pide.
     Este fin de año pensábamos pasarlo los dos solitos en casa: mi hijo se iba a casa de los padres de la novia. De pronto nos llama una amiga algo triste para decirnos si podía pasar el fin de año con nosotros; estaba además pasando un mal momento y le dijimos: «sí, claro, nosotros encantados». Luego otra chica, muy joven por cierto, había tenido un grave problema con su pareja (que también conocíamos) y habían decidido separarse: ella estaba en la calle con una maleta, bajo la lluvia y llorando a mares, no sabía donde quedarse, sola sin familia; pues nada, a casa también (actualmente está con nosotros hasta que pueda arreglársela sola, menos mal que trabaja).
     Dijimos nosotros dos: «si esto es lo que TÚ nos envías, gente para ayudar, tenga el defecto que tenga, se haya equivocado o no, ahí estaremos nosotros para ayudar, sin juzgar y cuando se pueda, aconsejar con todo el amor posible».
     Ya ves, así hemos comenzado el año… «

 

2a.-   «…trabajo en caritas como voluntaria; al principio eran dos días a la semana, ahora es toda la semana. La trabajadora social está de baja. El día anterior me pongo en manos de Dios me propongo ver a Jesús en el hermano, y ya ese día también. Un día va una señora; después de escucharla, le pido unos papeles; me dice que no me entiende; se lo doy escrito y se lo explico; le digo que no pida cita y yo la atiendo el próximo miércoles. Llega con un papel del año anterior: se fue disgustada, y a los cinco minutos viene con el marido, que no respeta a nadie… me insulta, dice todo lo que se le ocurre… Le explico, se levanta de muy mal genio. Mi «hombre viejo» sale y me digo: «encima que me molesto, y me tratan así». Pero el Señor, que está siempre ahí, atento a todo y… vengo a casa, abro el correo y hay un correo de P.T. Una de las cosa que dice: «No hagas discriminación alguna entre las personas que tengas contacto contigo». Dije: «es verdad todos son hijos de Dios». A la semana siguiente fue ese hombre: lo traté como si le hubiera visto por primera vez; le digo: «buenos días, ¿qué tal está? ¿Qué quería? Él me dijo: «hablar con la trabajadora social». Ya le dije que no está. Él me contestó mal otra vez; le dije con una paz increíble: «puedo atenderle yo, espere cinco minutos». Cuando, bajé, ya se había ido. Volvió la semana siguiente, yo seguía con paz cuando le vi, le escuché a fondo, le dije que iba hacer lo que esté en mano. Al día siguiente, que había quedado con él, fue la esposa, me pidió perdón y él no sabía cómo darme las gracias…«

 

Bien, queridos amigos, espero que también muchos más estén viviendo a fondo la Plabra y nos hagan llegar pronto sus experiencias. Cuando las hacemos circular muchos más crecen espiritualmente y así vivimos lo que nos pide el Señor: «Animaos unos a otros para vuestra mutua edificación». Ahora la Palabra de Vida de Febrero…

 

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Palabra de Vida de Febrero

«Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida

porque amamos a los hermanos»

(1 Jn 3, 14)

 

Juan escribe a las comunidades cristianas fundadas por él en un momento de grave dificultad, pues comenzaban a proliferar herejías y falsas doctrinas en materia de fe y de moral, además del ambiente pagano en el que debían vivir los cristianos, duro y hostil al espíritu del Evangelio.

Queriendo ayudar a los suyos, el apóstol les indica el remedio radical: amar a los hermanos, vivir el mandamiento del amor recibido desde el principio, en el cual él ve resumidos todos los mandamientos.

Si actúan así, sabrán lo que es «la vida», es decir, profundizarán cada vez más en la unión con Dios, tendrán la experiencia de Dios Amor. Y si viven esta experiencia, serán confirmados en la fe y podrán hacer frente a todos los ataques, sobre todo en tiempo de crisis.

 

«Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos».

 

«Nosotros sabemos…». El apóstol se refiere a un conocimiento que procede de la experiencia. Es como si dijese: lo hemos comprobado, lo hemos palpado. Es la experiencia que los cristianos evangelizados por él hicieron al principio de su conversión; es decir, que al poner en práctica los mandamientos de Dios, en particular el mandamiento del amor a los hermanos, entramos en la vida misma de Dios.

Pero esta experiencia, ¿la conocen los cristianos de hoy? Sin duda saben que los mandamientos del Señor tienen una finalidad práctica. Jesús insiste continuamente en que no basta con escucharla, sino que hay que poner en práctica la Palabra de Dios (cf. Mt 5, 19; 7, 21; 7, 26).

Lo que no es evidente para la mayor parte de ellos –o porque no lo saben, o porque lo conocen de un modo puramente teórico, es decir, sin haber tenido la experiencia– es ese aspecto maravilloso de la vida cristiana que el apóstol pone de manifiesto: que cuando vivimos el mandamiento del amor, Dios toma posesión de nosotros, y un signo inconfundible es esa vida, esa paz, esa alegría que Él nos lleva a probar ya en esta tierra.      Entonces todo se ilumina, todo se vuelve armonioso; ya no hay separación entre la fe y la vida. La fe se convierte en la fuerza que compenetra y une entre sí todas nuestras acciones.

 

«Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos».

 

Esta Palabra de vida nos dice que el amor al prójimo es el camino regio que nos lleva a Dios. Puesto que todos somos hijos suyos, nada le importa más a Él que el amor a los hermanos. No le podemos dar una alegría más grande que la que le proporcionamos cuando amamos a nuestros hermanos.

Y dado que nos procura la unión con Dios, el amor fraterno es una fuente inagotable de luz interior, es fuente de vida, de fecundidad espiritual, de renovación continua. Impide que se formen en el pueblo cristiano gangrenas, esclerosis, estancamientos; en una palabra, «nos hace pasar de la muerte a la vida». En cambio, cuando falta la caridad, todo se marchita y muere. Y entonces se comprenden ciertos síntomas tan difundidos en el mundo en que vivimos: la falta de entusiasmo, de ideales, la mediocridad, el aburrimiento, el deseo de evasión, la pérdida de valores, etc.

 

«Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos».

 

Los hermanos de los que habla el apóstol son sobre todo los miembros de las comunidades de las que formamos parte. Si es verdad que tenemos que amar a todos los hombres, también es verdad que este amor nuestro debe comenzar por aquellos que habitualmente viven con nosotros, para luego extenderse a toda la humanidad. Es decir, debemos pensar ante todo en nuestros familiares, en nuestros compañeros de trabajo, en los miembros de la parroquia, de la asociación o comunidad religiosa a la que pertenecemos. El amor a los hermanos no sería auténtico ni ordenado si no partiese de aquí. Dondequiera que nos encontremos, estamos llamados a construir la familia de los hijos de Dios.

 

«Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos».

 

Esta Palabra de vida nos abre inmensas perspectivas. Nos empuja a la divina aventura del amor cristiano con consecuencias imprevisibles. Ante todo nos recuerda que en un mundo como el nuestro, en el cual se teoriza sobre la lucha, la ley del más fuerte, del más astuto, del que tiene menos escrúpulos, y donde a veces todo parece paralizarse por el materialismo y el egoísmo, la respuesta que hace falta es el amor al prójimo. Ésta es la medicina que lo puede sanar, pues cuando vivimos el mandamiento del amor no sólo se tonifica nuestra vida, sino que repercute en todo lo que tenemos alrededor; es como una ráfaga de calor divino que irradia y se propaga, penetrando en las relaciones entre personas y entre grupos y transformando poco a poco la sociedad.

Decidámonos, pues. Hermanos a los que amar en nombre de Jesús los tenemos todos, los tenemos siempre. Permanezcamos fieles a este amor y ayudemos a muchos otros a serlo. Así conoceremos en nuestra alma lo que significa la unión con Dios. La fe se reavivará, desaparecerán las dudas y no sabremos lo que es el aburrimiento. La vida será plena, plena.

Chiara Lubich

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