Lectio Divina del domingo 12 de febrero

Lecio Divina del VI domingo del tiempo ordinario

Se acercó a Jesús un leproso

Autor: P. Raniero Cantalamessa, ofmcap

Sitio Web: P. Raniero Cantalamessa, ofmcap

 

Primera Lectura

Lectura del libro del Levítico

(13, 1-2. 44-46)

El Señor dijo a Moisés y a Aarón: “Cuando alguno tenga en su carne una o varias manchas escamosas o una mancha blanca y brillante, síntomas de la lepra, será llevado ante el sacerdote Aarón o ante cualquiera de sus hijos sacerdotes.

Se trata de un leproso, y el sacerdote lo declarará impuro. El que haya sido declarado enfermo de lepra, traerá la ropa descosida, la cabeza descubierta, se cubrirá la boca e irá gritando: ‘¡Estoy contaminado! ¡Soy impuro!’ Mientras le dure la lepra, seguirá impuro, y vivirá solo, fuera del campamento”.

Palabra de Dios.

Te alabamos, Señor.

 

Salmo Responsorial Salmo 31

Perdona, Señor,

nuestros pecados.

Dichoso aquel que ha sido absuelto de su culpa y su pecado. Dichoso aquel en el que Dios no encuentra ni delito ni engaño.

Perdona, Señor,

nuestros pecados.

Ante el Señor reconocí mi culpa, no oculté mi pecado. Te confesé, Señor, mi gran delito y tú me has perdonado.

Perdona, Señor,

nuestros pecados.

Alégrense con el Señor y regocíjense los justos todos y todos los hombres de corazón sincero canten de gozo.

Perdona, Señor,

nuestros pecados.

 

Segunda Lectura

Lectura de la primera carta

del apóstol san Pablo a los

Corintios (10, 31—11, 1)

Hermanos:

Todo lo que hagan ustedes, sea comer, o beber, o cualquier otra cosa, háganlo todo para gloria de Dios. No den motivo de escándalo ni a los judíos, ni a los paganos, ni a la comunidad cristiana. Por mi parte, yo procuro dar gusto a todos en todo, sin buscar mi propio interés, sino eI de los demás, para que se salven. Sean, pues, imitadores míos, como yo lo soy de Cristo.

Palabra de Dios.

Te alabamos, Señor.

 

Aclamación antes del Evangelio

Aleluya, aleluya.

Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.

Aleluya.

 

Evangelio

† Lectura del santo Evangelio

según san Marcos (1, 40-45)

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, se le acercó a Jesús un leproso para suplicarle de rodillas: “Si tú quieres, puedes curarme”. Jesús se compadeció de él, y extendiendo la mano, lo tocó y le dijo: “¡Sí quiero: Sana!” Inmediatamente se le quitó la lepra y quedó limpio.

Al despedirlo, Jesús le mandó con severidad: “No se lo cuentes a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo prescrito por Moisés”.

Pero aquel hombre comenzó a divulgar tanto el hecho, que Jesús no podía ya entrar abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba fuera, en lugares solitarios, a donde acudían a él de todas partes.

Palabra del Señor.

Gloria a ti, Señor Jesús.

 

Comentario:

En las lecturas del día resuena varias veces la palabra que, sólo con oírla pronunciar, suscitó por milenios angustia y pavor: ¡lepra! Dos factores ajenos contribuyeron a acrecentar el terror frente a esta enfermedad, hasta hacer de ella el símbolo de la máxima desventura que le puede tocar a una criatura humana y aislar a los pobres desgraciados de las formas más inhumanas. El primero era la convicción de que esta enfermedad era tan contagiosa que infectaba a cualquiera que hubiera estado en contacto con el enfermo; el segundo, igualmente carente de todo fundamento, era que la lepra era un castigo por el pecado.

Quien contribuyó más que nadie para que cambiara la actitud y la legislación respecto a los leprosos fue Raoul Follereau [escritor, periodista y poeta francés, Follereau (1903-1977) dedicó toda su vida a combatir la enfermedad de Hansen. Ndr]. Instituyó en 1954 la Jornada Mundial de la Lepra, promovió congresos científicos y finalmente, en 1975, logró que se revocara la legislación sobre la segregación de los leprosos.

Acerca del fenómeno de la lepra las lecturas de este domingo nos permiten conocer la actitud primero de la Ley mosaica y después del Evangelio de Cristo. En la primera lectura, del Levítico, se dice que la persona de la que se sospeche que padece lepra debe ser llevada al sacerdote, el cual, verificándolo, la «declarará impura». El pobre leproso, expulsado del consorcio humano, debe él mismo, para colmo, mantener alejadas a las personas advirtiéndoles de lejos del peligro. La única preocupación de la sociedad es protegerse a sí misma.

Veamos ahora cómo se comporta Jesús en el Evangelio: «Se le acercó un leproso suplicándole: “Si quieres puedes limpiarme”. Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y le dijo: “Quiero; queda limpio”. Y al instante le desapareció la lepra y quedó limpio».

Jesús no tiene miedo del contagio; permite al leproso que llegue hasta Él y se le arroje delante de rodillas. Más aún: en una época en la que se consideraba que la mera proximidad de un leproso contagiaba, Él «extendió su mano y le tocó». No debemos pensar que todo esto fuera espontáneo y no le costara nada a Jesús. Como hombre Él compartía, en esto como en tantos otros puntos, las convicciones de su tiempo y de la sociedad en la que vivía. Pero la compasión por el leproso es más fuerte en Él que el miedo a la lepra.

Jesús pronuncia en esta circunstancia una frase sencilla y sublime: «Quiero; queda limpio». «Si quieres, puedes», había dicho el leproso, manifestando así su fe en el poder de Cristo. Jesús demuestra poder hacerlo, haciéndolo.

Esta comparación entre la Ley mosaica y el Evangelio en el caso de la lepra nos obliga a plantearnos la pregunta: ¿en cuál de las dos actitudes me inspiro? Es verdad que la lepra ya no es la enfermedad que produce más temor (si bien todavía hay millones de leprosos en el mundo), que es posible, si se llega a tiempo, curarse completamente de ella y en la mayoría de los países ya ha sido vencida del todo; pero otras enfermedades han ocupado su lugar. Se habla desde hace tiempo de «nuevas lepras» y «nuevos leprosos». Con estos términos no se entienden tanto las enfermedades incurables de hoy como las enfermedades (Sida y drogodependencia) de las que la sociedad se defiende, como hacía con la lepra, aislando al enfermo y rechazándolo al margen de ella misma.

Lo que Raoul Follereau sugirió hacer hacia los leprosos tradicionales, y que tanto contribuyó a aliviar su aislamiento y sufrimiento, se debería hacer (y gracias a Dios muchos lo hacen) con los nuevos leprosos. Con frecuencia un gesto así, especialmente si se realiza teniendo que vencerse a uno mismo, marca el inicio de una verdadera conversión para el que lo hace. El caso más célebre es el de Francisco de Asís, quien remonta al encuentro con un leproso el comienzo de su nueva vida.

[Traducción del original italiano realizada por Zenit]

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