Palabra de Vida febrero 2012
«Conviértanse y crean en el Evangelio» (Mc 1,15)
Así comienza, en el Evangelio de Marcos, el anuncio de Jesús al mundo, su mensaje de salvación: «El tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en el Evangelio».
Con la venida de Jesús surge una era nueva, la era de la gracia y de la salvación. Y sus primeras palabras son una invitación a abrazar la gran novedad, la realidad misma del Reino de Dios que Él pone al alcance de todos y lo hace cercano a cada hombre. E indica enseguida el camino: convertirse y creer en el Evangelio, es decir, cambiar de vida radicalmente y aceptar, en Jesús, la palabra que Dios dirige, a través de Él, a la humanidad de todos los tiempos.
La conversión y la fe son dos cosas que van juntas y la una no se da sin la otra, sino que una y otra surgen del contacto con la Palabra viva, de la presencia de Jesús que también hoy repite a las multitudes:
«Conviértanse y crean en el Evangelio»
Lo que realiza la Palabra de Dios, acogida y vivida, es un completo cambio de mentalidad (= conversión). Ella trasfunde a los corazones de todos −europeos, asiáticos, australianos, americanos, africanos− los sentimientos de Cristo frente a las circunstancias, frente a la persona y la sociedad.
¿Y cómo puede el Evangelio actuar el milagro de una profunda conversión, de una fe nueva y luminosa? El secreto está en el misterio que las palabras de Jesús encierran; éstas no son simplemente exhortaciones, sugerencias, indicaciones, directrices, órdenes, instrucciones. En la Palabra de Jesús está presente Jesús mismo que habla, que nos habla; sus Palabras son Él mismo, Jesús mismo.
Y así, nosotros, lo encontramos en la Palabra. Y acogiendo la Palabra en nuestro corazón, como Él quiere que se acoja (o sea, estando dispuestos a traducirla en vida) somos uno con Él y Él nace o crece en nosotros. He aquí por qué cada uno de nosotros puede y debe acoger esta invitación tan apremiante y exigente de Jesús.
«Conviértanse y crean en el Evangelio»
Alguien podrá considerar las palabras del Evangelio demasiado elevadas y difíciles, demasiado distantes del modo de vivir y de pensar común, y estará tentado a cerrarse a la escucha, a desanimarse. Pero eso sucede si uno piensa que debe mover solo la montaña de la incredulidad. Mientras que sería suficiente que uno se esforzara en vivir, aunque fuese una sola Palabra del Evangelio, para encontrar en ella una ayuda inesperada, una fuerza única, una lámpara para sus pasos[1]. Porque siendo esa Palabra una presencia de Dios, el comunicarse con ella libera, purifica, convierte, trae consuelo, alegría, da sabiduría.
«Conviértanse y crean en el Evangelio»
¡Cuantas veces en nuestra jornada esta Palabra puede ser una luz! Cada vez que chocamos con nuestra debilidad o con la de los demás, cada vez que nos parece imposible o absurdo seguir a Jesús, cada vez que las dificultades tratan de abatirnos, esta Palabra puede ser para nosotros un aliento, una bocanada de aire fresco, un estímulo para recomenzar.
Bastará una pequeña, rápida “conversión” del camino para salir de la cerrazón de nuestro yo y abrirnos a Dios, para experimentar otra vida, la verdadera.
Si después podemos compartir esta experiencia con alguna persona amiga, que haya hecho también del Evangelio el propio código de vida, veremos brotar o reflorecer a nuestro alrededor la comunidad cristiana.
Porque la Palabra de Dios vivida y comunicada obra también este milagro: da origen a una comunidad visible, que se convierte en levadura y sal de la sociedad, testimoniando a Cristo en cada rincón de la Tierra.
Chiara Lubich
[1] cf Sal 119,105.
excelente reflexión!!!! Me llego mucho lo de dejarme cautivar por la palabra de Dios, simplemente porque en Ella encuentro a Jesús mismo. Sin embargo, muchas veces me dejo llevar por el análisis de la lectura, y al distraerme me pierdo de ese encuentro verdadero con jesús, en el cual me siento transformada, renovada, viva…
Me gustaMe gusta
Gabi, lo mejor para evitar las distracciones y la intelectualización del texto es practicar un ejercicio que solemos hacer en nuestra Lectio Divina: Cuando vayas leyendo y encuentres alguna parte que te toca el corazón de manera particular, detente allí y repítela en tu interior varias veces. Degústala hasta que sientas que la has «digerido». Luego continúa leyendo el resto del texto. Puedes repetir lo primero cuantas veces y con cuantas partes sea necesario
Me gustaMe gusta