Lectio Divina del II Domingo de Adviento

II DOMINGO DE ADVIENTO

AÑO B

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 Atardecer en el río Jordán

 

 LECTIO DIVINA

Partir desde lo humano. El Adviento, que es un tiempo de renovación espiritual y de recomenzar en el camino hacia Dios, nos ayuda a descubrir nuevamente la riqueza de nuestra propia humanidad. Así se manifiesta en la invitación que el profeta hace al pueblo oprimido y desterrado en Babilonia para que desande tras los pasos de su exilio y regrese a la tierra de la libertad y la alabanza a Dios. La figura de Juan el Bautista, “el más grande entre los nacidos de mujer”, nos confirma este llamado a vivir la integridad de nuestro propio ser, de cara a la manifestación del Señor que viene a nosotros.

 I.                    LECTIO (Lectura):

 

Leamos con calma y atención…

 

Primera Lectura

Lectura del libro del profeta

Isaías (40, 1-5. 9-11)

“Consuelen, consuelen a mi pueblo, dice nuestro Dios. Hablen al corazón de Jerusalén y díganle a gritos que ya terminó el tiempo de su servidumbre y que ya ha satisfecho por sus iniquidades, porque ya ha recibido de manos del Señor castigo doble por todos sus pecados”.

Una voz clama: “Preparen el camino del Señor en el desierto, construyan en el páramo una calzada para nuestro Dios. Que todo valle se eleve, que todo monte y colina se rebajen; que lo torcido se enderece y lo escabroso se allane.

Entonces se revelará la gloria del Señor y todos los hombres la verán”. Así ha hablado la boca del Señor.

Sube a lo alto del monte, mensajero de buenas nuevas para Sión; alza con fuerza la voz, tú que anuncias noticias alegres a Jerusalén. Alza la voz y no temas; anuncia a los ciudadanos de Judá: “Aquí está su Dios. Aquí llega el Señor, lleno de poder, el que con su brazo lo domina todo. El premio de su victoria lo acompaña y sus trofeos lo anteceden. Como pastor apacentará su rebaño; llevará en sus brazos a los corderitos recién nacidos y atenderá solícito a sus madres”.

Palabra de Dios.

Te alabamos, Señor.

 

Salmo Responsorial Salmo 84

Muéstranos, Señor,

tu misericordia y danos

al Salvador.

Escucharé las palabras del Señor, palabras de paz para su pueblo santo. Está ya cerca nuestra salvación y la gloria del Señor habitará en la tierra.

Muéstranos, Señor,

tu misericordia y danos

al Salvador.

La misericordia y la verdad se encontraron, la justicia y la paz se besaron, la fidelidad brotó en la tierra y la justicia vino del cielo.

Muéstranos, Señor,

tu misericordia y danos

al Salvador.

Cuando el Señor nos muestre su bondad, nuestra tierra producirá su fruto. La justicia le abrirá camino al Señor e irá siguiendo sus pisadas.

Muéstranos, Señor,

tu misericordia y danos

al Salvador.

 

Segunda Lectura

Lectura de la segunda carta

del apóstol san Pedro (3, 8-14)

Queridos hermanos: No olviden que para el Señor, un día es como mil años y mil años, como un día. No es que el Señor se tarde, como algunos suponen, en cumplir su promesa, sino que les tiene a ustedes mucha paciencia, pues no quiere que nadie perezca, sino que todos se arrepientan.

El día del Señor llegará como los ladrones. Entonces los cielos desaparecerán con gran estrépito, los elementos serán destruidos por el fuego y perecerá la tierra con todo lo que hay en ella.

Puesto que todo va a ser destruido, piensen con cuánta santidad y entrega deben vivir ustedes esperando y apresurando el advenimiento del día del Señor, cuando desaparecerán los cielos, consumidos por el fuego, y se derretirán los elementos.

Pero nosotros confiamos en la promesa del Señor y esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, en que habite la justicia.

Por tanto, queridos hermanos, apoyados en esta esperanza, pongan todo su empeño en que el Señor los halle en paz con él, sin mancha ni reproche.

Palabra de Dios.

Te alabamos, Señor.

 

Aclamación antes del Evangelio

Aleluya, aleluya.

Preparen el camino del Señor, hagan rectos sus senderos, y todos los hombres verán al Salvador.

Aleluya.

 

Evangelio

† Lectura del santo Evangelio

según san Marcos (1, 1-8)

Gloria a ti, Señor.

Este es el principio del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. En el libro del profeta Isaías está escrito:

He aquí que yo envío a mi mensajero delante de ti, a preparar tu camino. Voz del que clama en el desierto: “Preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos”.

En cumplimiento de esto, apareció en el desierto Juan el Bautista predicando un bautismo de arrepentimiento, para el perdón de los pecados. A él acudían de toda la comarca de Judea y muchos habitantes de Jerusalén; reconocían sus pecados y él los bautizaba en el Jordán.

Juan usaba un vestido de pelo de camello, ceñido con un cinturón de cuero y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Proclamaba:

“Ya viene detrás de mí uno que es más poderoso que yo, uno ante quien no merezco ni siquiera inclinarme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo”.

Palabra del Señor.

Gloria a ti, Señor Jesús.

 

 

 

II.                  MEDITATIO (Meditación)

Partir desde lo humano. El Adviento, que es un tiempo de renovación espiritual y de recomenzar en el camino hacia Dios, nos ayuda a descubrir nuevamente la riqueza de nuestra propia verdad. Así se manifiesta en la invitación que el profeta Isaías hace al pueblo oprimido y desterrado en Babilonia para que desande tras los pasos de su exilio y regrese a la tierra de la libertad y la alabanza a Dios. La figura de Juan el Bautista, “el más grande entre los nacidos de mujer”, nos confirma este llamado a vivir la integridad de nuestro propio ser, de cara a la manifestación del Señor que viene a nosotros.

Se abre el evangelio de hoy presentándonos el prólogo de Marcos, el cual apenas comprende la síntesis de un versículo: “Comienzo de la Buena Noticia de Jesús, el Cristo, Hijo de Dios”. Al presentar a Jesús nazareno como Cristo o Mesías, el evangelista expresa el cumplimiento de las antiguas promesas de Dios a Israel de enviarle un Salvador. Este Mesías es a la vez Hijo suyo, de su misma naturaleza. Así se cumple la promesa de que Dios vendría a encabezar la historia de su pueblo en primera persona. Sobre esto nos explica san Beda el venerable: “Habiendo de escribir San Marcos el Evangelio, cita ante todo oportunamente el testimonio de los profetas, a fin de que mostrando lo que había sido predicho por éstos, admitieran todos sin escrúpulo ni duda alguna lo que él escribiese. Comenzando así su Evangelio, movió a los judíos, que habían recibido la Ley y los Profetas, a recibir la gracia del Evangelio y los sacramentos que habían sido predichos en las profecías. Juntamente lleva a los gentiles, que por las nuevas del Evangelio vinieron al Señor, también a recibir y venerar la autoridad de la Ley y los Profetas”. De modo que este pasaje nos habla también a nosotros de la necesidad que tenemos de ser salvados por Él. Cristo viene a nosotros como el esperado, aquel por quien recibiremos la gracia y la bendición de Dios.

Pero el nombre de Cristo sólo aparece en este pasaje como referencia, porque la atención se centra en otra persona. Marcos nos presenta ante todo la figura de Precursor, Juan el Bautista, y su misión de preparar el camino al Señor. La figura de Juan representa la continuidad con la tradición de los profetas del Antiguo Testamento, quienes hablaban en nombre de Dios para trasmitir palabras de corrección y de consuelo a su pueblo. El lugar donde nos aparece situado el Bautista también hace referencia a la historia pasada de Israel: El desierto y el río Jordán recuerdan el camino y la entrada a la Tierra Prometida. Son también imágenes de la purificación que el pueblo ha de vivir antes de gozar la libertad para adorar plenamente a su Señor. Explica san Juan Crisóstomo: Por esto se dice «en el desierto». Manifiestamente significa en la profecía que la doctrina divina no ha de predicarse en Jerusalén, sino en el desierto. Juan Bautista lo cumplía a la letra anunciando en el desierto del Jordán la saludable aparición del Verbo de Dios. Enseña también el pasaje profético que, además del desierto que mostró Moisés, en donde abría sus senderos, había otro desierto, en el cual se halla la salvación de Cristo. Efectivamente, el estilo de vida y el modo de vestir del Bautista recuerdan mucho al de Elías, símbolo por excelencia del profetismo hebraico. Juan anuncia y celebra un bautismo de penitencia, al cual se someten numerosas personas movidas por su predicación de la inminencia de la venida del Salvador. También nos recuerdan la naturalidad de Adán, el primer hombre, quien debe ser purificado para volver al estado de inocencia original del que gozaba antes de pecar contra Dios. Juan anuncia en el desierto la necesidad de pasar también nosotros por esta purificación interior y exterior, simbolizada en el rito del bautismo de penitencia y renovación.

Así es como al comienzo del Adviento la liturgia nos invita a redescubrir nuestro llamado a prepararnos para la venida del Señor. Esa nos exige enderezar lo que en nosotros está torcido, reparar lo dañado, elevar lo hundido y abajar lo elevado. Todos estos son símbolos del estado en que puede encontrarse nuestra existencia, y que debe ser transformado gracias a la escucha de la Palabra divina y a la penitencia. Démonos cuenta de que estamos necesitados de dar este paso. Nos hace falta abajar la altura de nuestra soberbia y nuestra autosuficiencia, al tiempo que nos elevamos de la pusilanimidad y la falta de amor. Lo tortuoso en nuestra vida debe ser enderezado y convertido e un camino real para que por él entre a nosotros la presencia de Cristo.

¿Cuáles son las cobardías, las faltas de generosidad y la poca estima que debo elevar en este tiempo?

¿Cuáles son esas alturas de mi propio ego que debo rebajar para volver a mi propia verdad?

¿Cómo podré vivir concretamente este llamado en este tiempo de Adviento?

 

III. ORATIO (Oración):

Oremos con san Agustín a partir de estas lecturas…

 

Angosta es la casa de mi alma para que vengas a ella:

sea ensanchada por Ti.

Ruinosa está: repárala.

Hay en ella cosas que ofenden tus ojos: lo confieso y lo sé;

pero ¿quién la limpiará o a quién otro clamaré fuera de Ti?

Tú lo sabes, Señor.

No quiero contender en juicio contigo, que eres la verdad,

y no quiero engañarme a mí mismo,

para que no se engañe a sí misma mi iniquidad.

 

¡Amén!

 

 IV.           CONTEMPLATIO (Contemplación)

 

En la quietud de tu corazón, contempla al Señor

 

V.          ACTIO (Acción-Compromiso?

 

Para vivir adecuiadamente el tiempo del Adviento debemos volver a la verdad de nosotros mismos, y de eso se trata la humildad. Es necesario que en esta semana practiquemos lo que puede hacernos más humildes, como las obras de amor desinteresado y la sinceridad para con todos y para con Dios.

 

© Padre Christian Díaz Yepes. Caracas, 2011

 

 

 

4 comentarios sobre “Lectio Divina del II Domingo de Adviento

  1. Buenas tardes Padre: a Dios y a la virgen le doy gracias de contar con la palabra de Dios ya comentada por ud., pues ayuda a mi creecimiento espiritual.
    Extraordinario el comentario, la oración de san Agustín, muy apropiada y el final: la contemplación. Dios lo bendiga!!!

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