Lectio Divina del Domingo 30 de octubre de 2011
Trigésimo primer domingo del Tiempo Ordinario
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Fragmento superior del Cristo de San Damián. Asís, Italia.
LECTIO DIVINA
Coherencia, diligencia y sencillez son las exigencias de la Revelación de Dios a aquellos a los que les ha sido confiada. Es lo que encontramos hoy en las fuertes amonestaciones de Dios en la voz del profeta Malaquías contra los sacerdotes de su antiguo Templo. Igualmente son las advertencias que Jesús les hace a sus discípulos, para evitar que caigan en la doble moral de los falsos maestros de Israel. San Pablo nos presenta en la Carta a los Tesalonicenses el modelo de amor que debe vivir el pastor de una comunidad cristiana y la confianza con que ésta debe responder a sus enseñanzas. Así se nos presenta el nuevo modelo de relaciones sobrenaturales que Dios quiere que establezcamos entre nosotros, herederos de su Reino.
I. LECTIO (Lectura):
Leamos con calma y atención…
Primera Lectura
Lectura del libro del profeta
Malaquías (1, 14—2, 2. 8-10)
“Yo soy el rey soberano, dice el Señor de los ejércitos; mi nombre es temible entre las naciones.
Ahora les voy a dar a ustedes, sacerdotes, estas advertencias:
Si no me escuchan y si no se proponen de corazón dar gloria a mi nombre, yo mandaré contra ustedes la maldición”.
Esto dice el Señor de los ejércitos:
“Ustedes se han apartado del camino, han hecho tropezar a muchos en la ley; han anulado la alianza que hice con la tribu sacerdotal de Leví. Por eso yo los hago despreciables y viles ante todo el pueblo, pues no han seguido mi camino y han aplicado la ley con parcialidad”.
¿Acaso no tenemos todos un mismo Padre? ¿No nos ha creado un mismo Dios? ¿Por qué, pues, nos traicionamos entre hermanos, profanando así la alianza de nuestros padres?
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Segunda Lectura
Lectura de la primera carta
del apóstol san Pablo a los
tesalonicenses (2, 7-9. 13)
Hermanos: Cuando estuvimos entre ustedes, los tratamos con la misma
ternura con la que una madre estrecha en su regazo a sus pequeños.
Tan grande es nuestro afecto por ustedes, que hubiéramos querido
entregarles, no solamente el Evangelio de Dios, sino también nuestra
propia vida, porque han llegado a sernos sumamente queridos.
Sin duda, hermanos, ustedes se acuerdan de nuestros esfuerzos y fatigas,
pues, trabajando de día y de noche, a fin de no ser una carga para nadie, les hemos predicado el Evangelio de Dios.
Ahora damos gracias a Dios continuamente, porque al recibir ustedes la palabra que les hemos predicado, la aceptaron, no como palabra humana, sino como lo que realmente es: palabra de Dios, que sigue actuando en ustedes, los creyentes.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Aclamación antes del Evangelio
Aleluya, aleluya.
Su Maestro es uno solo, Cristo, y su Padre es uno solo, el del cielo, dice el Señor.
Aleluya.
Evangelio
† Lectura del santo Evangelio
según san Mateo (23, 1-12)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús dijo a las multitudes y a sus discípulos: “En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y fariseos. Hagan, pues, todo lo que les digan, pero no imiten sus obras, porque dicen una cosa
y hacen otra. Hacen fardos muy pesados y difíciles de llevar y los echan sobre las espaldas de los hombres, pero ellos ni con el dedo los quieren mover. Todo lo hacen para que los vea la gente.
Ensanchan las filacterias y las franjas del manto; les agrada ocupar los primeros lugares en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; les gusta que los saluden en las plazas y que la gente los llame ‘maestros’.
Ustedes, en cambio, no dejen que los llamen ‘maestros’, porque no tienen más
que un Maestro y todos ustedes son hermanos.
A ningún hombre sobre la tierra lo llamen ‘padre’, porque el Padre de ustedes es sólo el Padre celestial. No se dejen llamar ‘guías’, porque el guía de ustedes es solamente Cristo. Que el mayor de entre ustedessea su servidor, porque el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
II. MEDITATIO (Meditación)
Profundicemos en el sentido de estos textos…
Coherencia, diligencia y sencillez son las exigencias de la Revelación de Dios a aquellos a los que les ha sido confiada. Es lo que encontramos hoy en las fuertes amonestaciones de Dios en la voz del profeta Malaquías contra los sacerdotes de su antiguo Templo. Igualmente son las advertencias que Jesús les hace a sus discípulos, para evitar que caigan en la doble moral de los falsos maestros de Israel. San Pablo nos presenta en la Carta a los Tesalonicenses el modelo de amor que debe vivir el pastor de una comunidad cristiana y la confianza con que ésta debe responder a sus enseñanzas. Así se nos presenta el nuevo modelo de relaciones sobrenaturales que Dios quiere que establezcamos entre nosotros, herederos de su Reino.
Con el evangelio de hoy se cierra el ciclo de los reproches y condenas de Jesús en contra de los escribas, los fariseos y los ancianos del Templo de Jerusalén. Esta vez Jesús no les habla directamente a ellos, sino que habla sobre ellos a sus seguidores. Éstos han sido testigos de los pasajes que hemos leído los domingos anteriores, cuando Jesús les reprendía con duras palabras. Ahora tienen que recibir la enseñanza final sobre los aspectos que se deben cuidar de imitar de estos falsos intérpretes de la Ley de Dios.
El pasaje del evangelio de hoy puede dividirse en dos partes: La primera comprende los versículos 2 al 7, y la segunda va del 8 al 12. En la primera parte Jesús advierte sobre la falta de coherencia de los escribas y los fariseos, dos grupos con mucha influencia en las prácticas religiosas del Israel de su tiempo. Jesús no rechaza su enseñanza, que se ajusta a la Ley revelada por Dios, sino al modo de impartirla y de practicarla con la intención de ser reconocidos públicamente. Esto denota hipocresía y poca sensibilidad con el contenido de esa misma Ley, pues como hemos visto el domingo pasado, ella se resume toda en el amor. La falta de coherencia expresa una doble moral y, finalmente, poco amor a Dios, pues se antepone el propio prestigio antes de hacer las cosas por agradar a Él.
En la segunda parte del texto, Jesús enseña directamente a su comunidad. Con la síntesis de estos versículos, el Señor está instruyendo a los suyos para que se cuiden de caer en las pretensiones de los grupos a los que acusaba anteriormente. Los cristianos debemos distinguirnos por un nuevo tipo de relaciones sobrenaturales que no privilegia los títulos y cargos de distinción, sino que pone en primer lugar el hecho de ser convocados por la enseñanza del supremo Maestro que nos hace a todos hermanos entre nosotros. Detallemos el contenido de esta enseñanza:
- Ante la pretensión de saber más sobre Dios y sus designios a causa de títulos y reconocimientos, el Señor nos hace reconocer que quien nos ha de enseñar es su misma presencia en medio de los suyos. Él otorga dones y carismas a su comunidad, entre los cuales está el Ministerio de la enseñanza ejercido por los pastores, catequistas y evangelizadores, pero siempre vivido como don divino que nos sobrepasa y nos exige fidelidad, nunca como una distinción personal.
- Ante la prepotencia de los que se atribuyen ser quienes generan la vida de la comunidad, el Señor nos recuerda que hay un solo Padre, a quien todos debemos amar y obedecer. Acá no está rechazando el Señor el amor paternal de aquellos que sostienen a sus comunidades, como el caso del mismo Pablo que en la Segunda Lectura confiesa haber amado a los tesalonicenses “con un amor de madre”, sino que se está oponiendo al régimen machista y patriarcal que ahogaría la libertad de espíritu de la comunidad de sus fieles.
- Ante la ambición de ser nosotros mismos los que determinemos el camino a seguir, erigiéndonos en guías, el Señor nos recuerda la humildad que debemos vivir para acudir a su presencia y confiar en sus designios. Ya que nuestro guía es Cristo, “debemos andar continuamente como él anduvo” (1Pe 2,21).
- Ante la falsa humildad y el idealismo de pensar que no habrá quienes encabecen a su comunidad, Cristo nos señala que los que tengan que ejercer la autoridad sobre la comunidad deben ante todo ser sus servidores, porque “el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”. Así sana de raíz la ambición sin escrúpulos al seno de su Iglesia.
La Palabra de hoy nos está hablando de una nueva realidad que el mundo no conoce mientras no conozca decididamente a Jesús y a su Iglesia. El Señor no nos convoca para ser un grupo social más sobre la tierra, sino para ser la expresión viva de la nueva humanidad amada y redimida por él. En medio de la historia la comunidad de los discípulos hacemos presente en germen el reino que Cristo anunció y que ha incoado a través de nuestra vida coherente y plena de frutos.
Preguntémonos de corazón:
¿Cuáles son las pretensiones de grandeza, distinciones, reconocimientos que pueden apartarme de la autenticidad del seguimiento a Jesús?
¿Cuáles pueden ser mis incoherencias entre lo que creo y lo que vivo, entre lo que predico y lo que actúo?
¿Cómo puedo vivir más auténticamente mi vocación cristiana?
III. ORATIO (Oración):
Oremos a partir de estas lecturas…
Oh Dios, Padre de todos,
Que nos convocas como hermanos reunidos en nombre de Jesús,
Has que sepamos reconocer en el seguimiento a él
La plenitud de nuestra esperanza y nuestra alegría.
Que nada ni nadie nos aparte de sus enseñanzas de libertad y humildad,
Y que sepamos dar testimonio de esta vida en el mundo.
Amén
Salmo 130
Señor, consérvame en tu paz.
Señor, mi corazón no es ambicioso ni mis ojos soberbios; grandezas que superen mis alcances no pretendo.
Señor, consérvame en tu paz.
Estoy, Señor, por lo contrario, tranquilo y en silencio, como niño recién amamantado en los brazos maternos.
Señor, consérvame en tu paz.
Que igual en el Señor esperen los hijos de Israel, ahora y siempre.
Señor, consérvame en tu paz.
¡Amén!
IV. CONTEMPLATIO (Contemplación)
En la quietud de tu corazón, contempla al Señor
V. ACTIO (Acción-Compromiso?
Para no caer en la hipocresía de los escribas y fariseos, Jesucristo nos impele a vivir de manera distinta a ellos. En esta semana estaré atento a mis secretas ambiciones de prestigio y reconocimiento por parte de los hombres. Particularmente, procuraré hacer actos de piedad y de caridad que queden en el secreto de mi corazón. Así podré estar seguro de que estoy buscando agradar sólo a Dios.
© Padre Christian Díaz Yepes. Caracas, 2011